Al ritmo exponencial del crecimiento de los contagios, en paralelo a la caída de las economías, la política, en cualquiera de sus órbitas y manifestaciones, hace malabares para persistir en el enfrentamiento, en la disyuntiva entre el mercado y el Estado.
El tira y afloje de esta soga, el capitalismo, reduce el marco de posibilidades, bifurca nuestro horizonte en dos caminos y reduce nuestros problemas cotidianos a una fórmula de gestión. Hacia atrás o hacia adelante, a la derecha o a la izquierda, liberales o progresistas, lo público o lo privado, oficialismo u oposición; nada parece escapar de esta lógica polar.
“No hay opción al capitalismo”, sentenció el presidente meses atrás, para luego ilustrar aún mejor lo dicho en su reciente visita a la planta de Peugeot al contraponer el capitalismo industrial y el capital financiero: “Volvamos a confiar en ese capitalismo inicial, en ese capitalismo que confiaba en alguien que invirtiera, produjera, diera trabajo y sirviera a una comunidad… Eso tenemos que hacerlo de una vez y para siempre porque ya tenemos demasiadas pruebas de lo que significa la especulación financiera, de lo débil que es y lo poco que nos deja”.
Es este el marco de crisis actual, esta crisis de carácter global, con graves consecuencias económicas, políticas, sociales, y claro, sanitarias; el contexto que nos permite ser un poco más incrédulos, tal vez en el intento de surcar un camino nuevo, avizorando el abismo al que parece llegar la doble vía.