Opinión por Tomás Silvano, estudiante de Ciencia Política de la UNVM.
El domingo 6 de junio se celebró la segunda vuelta presidencial en el país andino. Tras días de incertidumbre, el representante de la izquierda Pedro Castillo se impuso sobre Keiko Fujimori.
Las elecciones en su contexto.
El 2020 en Perú estuvo marcado no sólo por la pandemia sino también por una gran inestabilidad política y social: el Presidente Martín Viscarra fue destituido el 9 de noviembre, su sucesor (Manuel Merino) renunció 6 días después de asumir, se dieron múltiples protestas que terminaron con cientos de heridos, dos muertos y cerca de 40 desaparecidos. En este marco de crisis económica, social, sanitaria y política, el 11 de abril de este año se celebraron las Elecciones Generales en Perú. ¿El resultado? Un panorama de hiperfragmentación partidaria: se presentaron 18 candidatos, ninguno alcanzó el 20% de los votos, entre los primeros 5 candidatos se distribuyeron cerca del 60% de los votos y entre los primeros dos sólo se llegó al 32% de ellos. La segunda vuelta se presentía desde un principio, la pregunta era entre quienes. ¿Las respuestas? Una sorpresa: Pedro Castillo, un maestro rural que logró el 18,92% de los votos; y una cara conocida: Keiko Fujimori, hija del expresidente neoliberal Alberto Fujimori, que logró el 13,4% de los votos.
El 6 de junio se dio la segunda vuelta entre los dos candidatos, casi 19 millones de peruanos y peruanas acudieron a las urnas para decidir el futuro próximo de su país. Pero para saber quién era el nuevo Presidente de la República se necesitó paciencia. Lo que parecía una victoria de Keiko Fujimori en las primeras horas (al momento de estar procesadas el 93,57% de las actas, la representante derechista se mantenía a la cabeza de la elección), se transformó un golpe en la cara para el establishment peruano cuando comenzaron a contabilizar los votos de las zonas rurales.
Tras días, la ONPE (el órgano estatal que se encarga de organizar los procesos electorales en Perú) terminó de procesar el 100% de las actas. Pedro Castillo con el 50,177% de los votos (8.811.081 votos) se impuso sobre Keiko Fujimori (49,823%. 8.749.006 votos).
La diferencia de votos fue escasa (62.075), pero no es la primera vez que se da un margen tan bajo. De hecho, en las elecciones del 2016, Pedro Pablo Kuczynski también le ganó en segunda vuelta a Keiko Fujimori por un escaso margen de 41.000 votos.
Cabe resaltar que tanto en 2016 como en 2021, Fujimori denunció fraude. Por lo que habrá que esperar cómo se mueve el tablero político en los próximos días.
Lo nuevo y lo viejo.
Castillo es lo que se puede denominar como un outsider, un sujeto que viene de fuera del sistema político, alguien que no está en los papeles de los partidos tradicionales y decide ingresar a la política. Es un maestro rural que empezó a tener mayor protagonismo en 2017 cuando participó, como dirigente sindical, de una serie de huelgas docentes en las que se pedían mejoras salariales durante el gobierno de Kuczynski. Los antecedentes políticos de Castillo son escasos en un país donde la política se ha desprestigiado a lo largo de los años. Pareciera ser una cara nueva en un país en donde se han dado constantes casos de corrupción que han terminado con destituciones, renuncias, presos e incluso suicidios por parte de presidentes y expresidentes.
Keiko Fujimori, por otro lado, es una cara conocida dentro del sistema político peruano. La representante de la derecha es hija del expresidente Alberto Fujimori, una de las figuras más oscuras de Latinoamérica que gobernó por 10 años (1990-2000) al país andino, acusado de múltiples violaciones a los Derechos Humanos: matanzas, esterilizaciones forzadas de más de 2.000 mujeres, entre otras cosas. La representante de Fuerza Popular no escapa a las lógicas del sistema peruano, de hecho está acusada de múltiples causas de corrupción que podrían llegar a costarle cerca de 30 años en la cárcel.
La disputa electoral en este marco se estructuró en base a un par de ejes: derecha versus izquierda, fujimorismo versus antifujimorismo, y centro (Lima) versus periferia peruana (las regiones del interior), sobre este eje nos concentraremos.
Hay un fenómeno que siempre debemos tener en cuenta y es la distribución de los votos por regiones. Quizá lo interesante es pensar la polarización política entre la élite limeña y el interior del país, principalmente los Andes centrales, el sur de Perú, la sierra peruana.
Castillo en ese sentido se impuso en la mayoría de las regiones (16 de las 24), tuvo un gran peso en la sierra, lo que responde a la identificación del ex-maestro con los sectores rurales de estas regiones. El voto del sur peruano hacia Castillo también responde a la histórica confrontación entre esta región y Lima.
Keiko Fujimori, en cambio, es una fiel representante de los intereses conservadores de la capital peruana, ganó todos los distritos de Lima, tuvo un peso importante en otras zonas costeras y también logró la victoria en el noroeste. También cabe aclarar que Fujimori se impuso en el exterior (con más del 60%). En una elección con un margen tan bajo, el voto de los peruanos en el exterior era la clave para la representante de Fuerza Popular.
Lecturas del presente y perspectivas para el futuro.
La campaña en esta segunda vuelta estuvo llena de tensiones. La discursividad de la derecha tendió hacia la confrontación directa, acusando de comunista y terrorista al candidato de Perú Libre. Los partidos tradicionales (incluso el APRA de origen popular) apoyaron la candidatura de Fujimori aludiendo a la inestabilidad democrática que podría causar una figura como Castillo en el Palacio de Gobierno. Los medios de comunicación (nacionales e internacionales) contribuyeron a la demonización del representante de la izquierda.
Perú desde la década del ‘90 tuvo importantes crecimientos económicos, pero este crecimiento no vino de la mano con un proceso redistributivo. A esto se le suma una élite política tradicional que ha tendido a alejarse de la población y que se ha visto envuelta en constantes casos de corrupción. En este marco, Castillo pareciera representar el sentimiento de descontento con la política tradicional de un porcentaje importante de la población peruana, también es el golpe del interior del país a los intereses limeños y la voz de los sectores rurales invisibilizados por sobre la élite económica en un país con una gran desigualdad.
La pregunta aquí es qué se puede esperar para el futuro. No hay certezas realmente, pero si uno analiza la distribución de bancas en el Congreso puede ver las dificultades con las que se encontrará el nuevo mandatario.
Castillo obtuvo 37 bancas, en un Congreso compuesto por 130 representantes necesita 29 votos aliados para obtener la mayoría necesaria para la aprobación de las leyes. Por lo que desde el primer día deberá buscar apoyos en las bancadas minoritarias. A su vez, si la oposición logra organizarse puede lograr llegar a los dos tercios necesarios para iniciar un proceso de vacancia presidencial (lo que dió lugar a la destitución de Viscarra en 2020), por lo que Castillo debe obtener mínimo 7 votos aliados para llegar a los 44 y así bloquear este tipo de iniciativas.
Estas particularidades institucionales, sumadas a la tensión social por la crisis del 2020-2021 y por la conflictividad política de la última campaña, y a las presiones de diversos grupos de poder, pueden poner fuertes límites a las políticas que puedan ser impulsadas por el ejecutivo.
Castillo parece ser un respiro de la izquierda latinoamericana en un contexto continental desfavorable, de hecho fue felicitado por líderes de movimientos populares de diversos países como Rafael Correa que comparó el inicio político del “maestro rural” con los de “Lula” Da Silva y Evo Morales. Su victoria genera temor dentro de las élites peruanas que lograron sobrevivir al llamado giro a la izquierda en América Latina y representa, en principio, un posible cambio en un país marcado por el modelo neoliberal desde el gobierno de Fujimori.
Pareciera iniciarse un proceso de transformación en Perú, pero existen fuertes presiones desde dentro y fuera del país que pueden limitar las políticas impulsadas por el representante de la izquierda. En este sentido, el futuro de Perú seguirá siendo una incógnita.