Los organismos multilaterales, comandados por los intereses de los Grandes Fondos de Inversión, aprovechan toda división política para llevar adelante su plan de ajuste estructural junto con el endeudamiento.
El mecanismo de la dependencia es impuesto por préstamos e intereses contraídos por gobiernos y empresas que son pagados con el esfuerzo del trabajo ajeno. En algunos casos, con emisiones de dinero o más deuda, con recursos naturales o políticas de flexibilización del trabajo.
En fin, el objetivo siempre es uno: asegurar las condiciones de acumulación para el gran capital, aun cuando el fundamento de los préstamos se enuncien hacia inversiones productivas, la generación de puestos de trabajo o gastos relacionados con la salud.
Esta situación transcurre en la fase avanzada del capitalismo donde las políticas del orden nacional están precedidas por su lógica en el mercado mundial de mercancías y de acumulación. Con el control directo del patrón monetario mundial se ejerce el control sobre el conjunto de las fracciones sociales y a partir de ello son sumergidos los sectores productivos nacionales.
Por ello, la política nacional que impulsan los gobiernos está profundamente condicionada por las reglas del orden mundial dentro de un ritmo que el pueblo no maneja ni tiene la posibilidad de objetar a pesar de someter a elecciones sus sistemas de representación parlamentaria.
En dicho escenario, darle vida a los sectores productivos internos implica cortar la cuerda de la deuda externa que ejerce presión sobre los esquemas de inversión, programas económicos y definición de destinos presupuestarios, en fín, hacia donde se destina la riqueza producida.
Queda demostrado que las grandes ligas se juegan en ese escenario de la deuda, como hemos analizado respecto al default que avecina Estados Unidos del que no logra escapar, a menos que siga girando la rueda de la emisión y la recompra de sus propios bonos. Entonces allí, se ratifica que la voluntad de gobierno es ejercida desde los organismos bancarios y financieros, los verdaderos detentores de esta cruenta situación.
A contracara del humanismo financiero, se acentúa como un paisaje cotidiano de la realidad la desigualdad y la masa de población sobrante, útil para apretar las condiciones de explotación. Se ratificó en esta semana que la pobreza en Argentina se asentó en el orden del 40% y que los salarios vienen en una tendencia a la baja.
Allí tiene lugar la iniciativa popular que busca torcer el brazo a los vencedores y contar otra historia. Se reavivan las convocatorias a luchar contra el pago a la deuda externa y contra los presupuestos de hambre aprobados por técnicos de los organismos de crédito.
En esa globalidad, la lucha en los territorios con consignas de unidad material que permean sobre los vastos sectores pueden ser aires de esperanza ante el creciente despojo de nuestras producciones. Sin un control real de la moneda, la producción y el destino presupuestario, todas las voluntades enunciadas hacia ese lugar solo quedarán en buenas intenciones. Para ello, la independencia de la deuda es condición ineludible para su cumplimiento.