El encarecimiento del dinero a través de las subas de las tasas sigue su curso.
El 22 de julio, el Banco Central Europeo (BCE) elevó sus tasas de interés con una suba de 0.5%, dando su mayor salto en 22 años, finalizando el valor del 0% que sostenía la entidad desde 2016.
A menos de una semana, la Reserva Federal de Estados Unidos (FED) anunció también un nuevo aumento de 75 puntos, llegando al rango del 2,25-2,5%.
De esta manera, los bancos centrales, apelan al encarecimiento de dinero como estrategia para contrarrestar los históricos niveles inflacionarios al reducir el dinero circulante en favor de asegurar retornos financieros. A pesar de las consecuencias de esta política en la población sin capacidad de ahorro y condiciones de vida cada vez más comprometidas por la escalada de los precios.
Con el mismo objetivo, la entidad dirigida por Christine Lagarde, conocida por dirigir el FMI hasta 2019, también aprobó un mecanismo llamado Instrumento para la Protección de la Transmisión (TPI), a través del cual el organismo podrá comprar bonos de deuda en donde el país emisor estará obligado a cumplir con condiciones fiscales y macroeconómicas establecidas por el BCE.
Intentando disipar las señales de la contracción de la economía, Jerome Powell, presidente de la FED, dijo que “no creo que Estados Unidos esté actualmente en recesión”, declaraciones desmentidas por el 0,9% de caída del PIB que registró el país norteamericano en el segundo trimestre del año, encadenando así dos trimestres de caídas, dato que indica que estaría entrando en una recesión técnica.
El analista Lucas Yatche, Head of strategy and investments de Liebre Capital, opinó que “estos movimientos generan un dólar más fuerte frente a otros activos financieros, incluidas las materias primas”.
Por su parte, países sin capacidad de emitir dólares se ven empujados a apelar a otras alternativas ante la depreciación de sus monedas, como Zimbabwe, cuyo Banco de la Reserva anunció la distribución de 2000 monedas de oro como “reserva de valor”.