El momento actual se caracteriza por un encarnizado enfrentamiento entre los grupos económicos por un nuevo reparto del mundo. Estas clases actúan a escala global por medio de sus redes de empresas e instituciones de todo tipo imponiendo la política que mejor responda a sus intereses.
En ese marco Latinoamérica entra en disputa ya que cuenta con una gran cantidad de recursos (alimentos, minerales, energía, etc.) y una fuerza de trabajo de bajísimo costo, producto del empobrecimiento y las pésimas condiciones laborales que, en esta parte del mundo, son la normalidad.
En Argentina las consecuencias del enfrentamiento parecen llevar la delantera en la región. El endeudamiento sistemático y sin freno condiciona la política del Estado brindando cada vez más beneficios a los Fondos Comunes de Inversión y al entramado económico que estos manejan como los grandes bancos, agroexportadoras, mineras y energéticas. Su contracara es la creciente pauperización de los trabajadores.
Esta disputa entre las distintas clases dominantes también se expresa en la reiterada propuesta por medio de las elecciones que intentan reavivar las esperanzas de cambio favorable a la clase trabajadora. En ese juego el movimiento popular se encolumna como infantería de las distintas tendencias en pugna, hoy identificadas como neoliberalismo y neoprogresismo.
En este escenario la clase trabajadora actúa fragmentada y sin un programa que trace el camino hacia la mejora de las condiciones de vida. Sin ello, sólo podrá ocupar un lugar marginal en la definición de la política del Estado.