La decadencia de las condiciones de vida es una realidad imposible de ocultar, y el ajuste es cada vez mayor sobre las funciones sociales que algún tiempo atrás supo considerar el Estado como educación y salud.
Esa situación hoy se ha visto transformada. El relato de un Estado que brinde condiciones de vida digna se ha vuelto más una fantasía que una realidad. De hecho, contrastan con los grandes beneficios que él mismo otorga al entramado económico formado por grandes empresas agroexportadoras, bancos y fondos comunes de inversión. Muestra de ello fue la devaluación impuesta al conjunto de los trabajadores.
En el plano político, somos convocados a organizarnos por separado para “recuperar” la pérdida de poder adquisitivo. En paralelo, para los que quedaron por fuera de dichos acuerdos, se promueven medidas paliativas que no duran más de dos o tres meses.
Mientras tanto, todo el arco político -de izquierda, liberales, progresistas, de derecha- pasea por los medios de comunicación envileciendo a los ciudadanos proponiendo la votación como resolución a nuestros problemas.
Y así, el régimen lleva adelante su plan de mantenernos separados, embistiendo contra nuestras capacidades organizativas, desprendiéndonos de la historia de lucha que nos antecede y nos limita a actuar sin una estrategia de poder que nos permita salir de esta penuria.
Ante ello, luchar es el requisito primero e indispensable, pero no es suficiente. Debemos luchar en unidad, codo a codo por elevar el piso de las condiciones de dignidad para así forjar la liberación definitiva de este régimen.