La disputa de las elecciones esconde la pelea principal entre la burguesía por la conducción. En esta disputa los distintos actores asumen posiciones que exceden el mero hecho de ocupar el sillón de la Rosada. Allí, los trabajadores sólo somos carne de cañón.
En ese marco, nos embanderamos por el menor de los males profesando fantasías para que las decepciones de los tiempos no nos dejen sin armazón. Pero así, bajo estas condiciones, ya estamos desarmados porque jugamos en un partido con la cancha inclinada y reglas ajenas.
En realidad, es desde los asientos de las corporaciones donde se imparte el programa de conducción de quien asuma la administración estatal y así encuadrar el programa de gobierno.
Son los grandes bancos y fondos de inversión quienes hacen sus ganancias sobre la base del sistema de endeudamiento, los que celebran el triunfo de un candidato que no polarice logrando así obtener una salida ordenada de esta situación.
En sus palabras ese sería “el mejor escenario para los mercados”. Explícitamente piden achicar el gasto, otorgar rentabilidad a la ganancia bancaria y del sistema financiero, levantar controles de capital y maximizar las posibilidades exportadoras.
Con estos elementos sobre la mesa debemos distinguir entre gobierno y poder, un problema impostergable si queremos torcer el destino. Es el poder lo que define los marcos de lo posible en la sociedad. Entonces, sin eso, cualquier aspiración quedará presa de simples expectativas.
La pregunta por cuál será el mejor escenario para los trabajadores es el punto de partida para recomponer nuestra iniciativa por ser la verdadera conducción en este enfrentamiento.