Una feroz guerra a escala global se viene desarrollando desde hace décadas donde los diferentes sectores financieros luchan por obtener mayores márgenes de ganancia. De esta manera las fracciones, asentadas en fondos de inversión y bancos, se disputan la renta producida por los trabajadores de todo el mundo.
Particularmente en nuestro país, a diferencia de otras regiones donde predominan los movimientos militares, en esta guerra se utilizan los instrumentos de la democracia, ocultando su carácter depredatorio y salvaje.
Como contracara y en paralelo a su enfrentamiento, en términos económicos promueven la organización de los trabajadores como asalariados. De esta manera nos obligan a vender nuestra fuerza en el mercado laboral para cobrar un salario que ni siquiera alcanza para cubrir las necesidades básicas.
En lo político, somos invitados a participar como ciudadanos a través de las elecciones cada 2 o 4 años para elegir el producto electoral que más se asemeje a nuestros gustos, canalizando nuestro descontento y dividiendo nuestras fuerzas detrás de las iniciativas dominantes.
Como resultado de esta situación los trabajadores quedamos desarmados donde, entre lo urgente y lo inmediato, la elaboración de una estrategia popular se posterga extendiendo nuestra propia agonía.
De esta manera es cuando aparecen las elecciones cómo el camino “menos peor” para resolver nuestros problemas urgentes. En este marco, recomponer nuestra agenda se torna imprescindible para combatir la división entre trabajadores, la desmoralización política y el desarme del movimiento social de protesta.