La apropiación y control de los recursos naturales está siendo el objeto de la iniciativa burguesa en todo el mundo. Esto sacude a los territorios, donde en algunos de ellos esta ofensiva se expresa como enfrentamientos bélicos directos, pronosticando a su vez mayor explotación para los trabajadores.
En Oriente Medio la guerra se materializa en el enfrentamiento cuerpo a cuerpo y la “resolución” de las diferencias se recrudece con las balas. El frente ucraniano-ruso también está inmerso en la misma situación con el uso de misiles lanzados en la última semana.
Los coreanos, que nunca cerraron sus disputas desde la “Guerra Fría”, volvieron a abrir la puerta al conflicto aportando soldados a los frentes de batalla y promoviendo políticas de espionaje y agitación interna.
En estas tierras la situación no es diferente, como en Bolivia dónde la expansión de las empresas chinas para el saqueo del litio como la “energía” del siglo XXI así lo demuestra, mientras por abajo, pueblo contra pueblo luchan en las trincheras, con escasez de alimentos e insumos básicos para la vida.
En Argentina, el escalón que subió el sector de hidrocarburos como actor clave para la exportación de energías fósiles da cuenta de la continuidad de una matriz exportadora y primarizada que sólo tiene por objeto posicionar al territorio como mero proveedor de las cadenas globales del valor. Poco interesa en ese marco para la política guerrerista si nuestros trabajadores comen, se alimentan, se educan o si tienen acceso a salud.
Por lo tanto, ante tanto aturdimiento, señalar los elementos estructurales que dan sentido a esta pelea por las condiciones de vida buscan ser un aporte para dar cuenta de lo que está realmente en juego. Combatiendo inclusive contra aquellos que prometen salidas negociadas en los parlamentos que hasta aquí, solo han demostrado ser los garantes del orden establecido.