Claramente el coronavirus dejará su huella en el mundo: a nivel humanitario lo
podemos observar en las cifras de infectados y fallecidos (más de 660.000, y 30.000
personas respectivamente1); a nivel económico se vaticina que el impacto recesivo será
peor que en la crisis de las hipotecas subprime en el 2007-08 e incluso peor que la crisis del
´29, lo que nos lleva al impacto social: un aumento de desempleo (ha trascendido en los
últimos días la noticia de que el presidente de la Reserva Federal de San Luis en EE.UU.,
James Bullard, ha declarado que la tasa de desempleo podría alcanzar el 30% por el
impacto de la pandemia en el país norteamericano, sumado a una caída del 50% del PBI ),
la pobreza y el hambre en gran parte de la población mundial.
A nivel político podemos señalar una serie de cuestiones que han tomado cierta
relevancia en medio de esta crisis sanitaria mundial: a) la preeminencia del Estado nación
por sobre el mercado para “cuidar” a sus ciudadanos; b) un fortalecimiento del modelo
asiático de control social por sobre las democracias liberales tras las modalidades para
combatir al virus; c) un tambaleo del tablero en cuanto a liderazgo mundial (EEUU – China);
y otras tantas que no nos permitiremos desarrollar por cuestiones de espacio.
Y el ganador es… el Estado
Con esto queremos decir dos cuestiones: por un lado, se ha visto una tendencia a
cerrarse en uno, rompiendo con las tendencias globalizantes, y reforzando ciertos
argumentos nacionalistas: cierres de frontera como un último intento de reforzar la
soberanía estatal, una alterización con el enemigo externo (no olvidemos a Trump aludiendo
al “Virus chino”), el ensanche del aparato estatal como medida para controlar a la
ciudadanía. La globalización ha reducido la capacidad de controlar al sistema financiero
internacional, el cual ha quedado sumamente vulnerable a las crisis (algo que no es nuevo),
la que transitamos hoy por hoy no es la excepción. Las pérdidas millonarias a lo largo del
mundo nos lleva a la segunda cuestión.
La globalización ha reducido la capacidad de controlar al sistema financiero
internacional, el cual ha quedado sumamente vulnerable a las crisis (algo que no es nuevo),
la que transitamos hoy por hoy no es la excepción.
La crisis del COVID-19 ha generado cosas inimaginables: los canales de Venecia se
limpiaron de toda humanidad, se desatan guerras por el papel higiénico en las potencias del
primer mundo, y por sobre todo, quizá lo más descabellado, hasta los más liberales claman
por la protección del Estado!
Inyecciones billonarias (sí, millones de millones. Es más fácil decirlo que pensarlo) y
estatización de empresas en países que criticaban doctrinariamente la idea de la
intervención del Estado en el mercado y llamaban a reducir el aparato estatal. Estados
Unidos, a pesar de las luchas internas por el virus (subestimación temprana del gobierno
central versus alarma en los gobiernos estatales), ha decidido destinar más de dos billones
de dólares para encarar la emergencia económica: transferencias a empresas, trabajadores
y desempleados. Países, como Francia, Alemania o Italia , declaran o analizan la posibilidad
de estatizar empresas privadas: es el caso de la aerolínea italiana, Alitalia. A su vez, se ha
reivindicado la postura y la defensa de sistemas de salud públicos por encima de aquellos
donde la participación del Estado es nulo. “No hay libertarios en una pandemia” escribió un
periodista estadounidense en Twitter.
El modelo asiático de control toma relevancia
Byung-Chul Han, un filósofo surcoreano, escribió hace unos días un artículo para “El
País” de España. Según su visión, los mecanismos de control del virus de Asia han
superado por amplio margen a los de Europa (y todo occidente realmente) por una serie de
ventajas, principalmente culturales: países como China, Taiwán, Corea del Sur, etc. tienen
una cultura política mucho más autoritaria, las personas son más obedientes a las
autoridades que en Europa. Mientras occidente intenta frenar el virus cerrando fronteras, los
asiáticos apuestan a la vigilancia digital (algo que no es nuevo en países como China,
donde el control digital está bastante avanzado: se implementó un sistema de puntajes,
donde cada acción que uno realiza durante el día te da ventajas o te perjudica para, por
ejemplo, tener o perder un trabajo) identificando a aquellos que pueden estar infectados
basándose en datos digitales, analizando en qué lugares ha habido personas contagiadas y
avisando a aquellos que han estado allí sobre la situación por ejemplo. Ésto es algo que ha
dado resultados en los hechos y ha limpiado un poco la cara de autoritarismo a este tipo de
políticas que contrastan con la idea de derecho a privacidad de occidente.
Se está revisando el concepto de soberanía, mientras antes se entendía como
soberano a aquel país que podría controlar sus fronteras, en la era de la big data, soberano,
es aquel país que dispone de mayores datos de sus ciudadanos.
Y ahora, ¿Quién nos lidera?
Estados Unidos ha sido el líder indiscutido del mundo por lo menos desde finales de
la segunda guerra mundial (aún más luego de la caída del muro de Berlín), su estrategia de
soft power (más allá de las guerras o apoyos a dictaduras militares alrededor del mundo, su
mayor estrategia fue la de crear reconocimiento y legitimidad de sus acciones a través de
asistencia o “ayuda humanitaria”) ha dado frutos. Hoy por hoy, brilla por su ausencia en el
debate internacional, incluso las únicas apariciones son negativas.
Por otro lado: China, que desde hace unos cuantos años empezó a buscar su lugar
como uno de los titiriteros del mundo. Ha logrado dejar atrás las críticas hacia las primeras
medidas contra el virus (se dice que existió una malversación de las primeras
informaciones) y, tras lograr contener casi por completo al virus en su país, ha empezado a
tomar el rol de ser quien asiste al resto del mundo en la crisis: se han enviado test para
detección, mascarillas, especialistas. Un caso similar de asistencia es el de Cuba, quien
está enviando a sus médicos a las zonas más afectadas.
El propio presidente de Serbia lo ha declarado: “la solidaridad europea no existe… el
único país que puede ayudarnos es China. Y los otros, pues muchas gracias”.
La cuestión es dinámica y poder vaticinar lo que pasará es, por lo menos hoy por
hoy, imposible. Lo único certero es que este breve resumen se termina acá.