Tras varias semanas de movilizaciones y protestas, la situación empeora cada vez más para aquellos que viven de su trabajo. A lo largo y ancho del país, enfermeras, médicos, docentes y estatales rompieron las fronteras locales para generar marcos de unidad más amplios.
En su mayoría, las consignas exigen mejores condiciones de vida y protección ante una amenaza que no pueden evitar por el propio desarrollo de su labor. Las medidas respecto a la pandemia no llegaron a cubrir en su totalidad las necesidades básicas, y desde abajo se preguntan dónde están los recursos que deberían destinarse para su cobertura.
A su vez, en distintos puntos del país se llevan a cabo medidas de fuerza por parte de trabajadores metalúrgicos, como en el caso de Villa Constitución, azucareros, en un ingenio en Salta, de alimentación, en la planta de Dánica en Villa Mercedes, petroleros, en la provincia de Santa Cruz, y hasta estudiantes en ciudades como Córdoba y La Plata.
En dicho escenario, menos del 20% de trabajadores formales (con contrato de trabajo) están dentro de convenios colectivos que hayan acordado aumento salarial, sin contar los más de un millón de nuevos desocupados desde el inicio de la pandemia.
En paralelo, lo que las distintas épocas nos muestran, es que a medida que se tiene necesidad de impulsar el consumo de algunas mercancías, se pone al pueblo en su conjunto en plan de mayores ingresos, mejor calidad de vida y mayores garantías de consumo individual. Esta situación, lamentablemente, se lleva a cabo a pesar de la buena voluntad de gobiernos e instituciones progresistas respecto al bienestar de la población.
Pero momentos como en la actualidad, donde se busca ganar la carrera de productividad, todos los recursos y el valor generado por el trabajo va destinado ya no al consumo de los productos que el propio trabajador produce -o se disponen a través de otros mecanismos, como en el caso del consumo de datos- sino al desarrollo tecnológico que haga ganar esa carrera a unos sobre otros.
Estos grupos, que se enfrentan de determinada manera, no pueden hacerlo solos, ya que necesitan de millones de trabajadores y trabajadoras tanto para el consumo de productos como para la producción de las máquinas y tecnología necesaria. Básicamente necesitan de su enemigo para vencer a su adversario, mientras que nosotros nos aliamos al enemigo para destruirnos a nosotros mismos.
Y más allá de que su voluntad vencedora se presente como la más “democrática”, la victoria de uno u otro depende más de las nuevas condiciones de explotación, que de mejores condiciones de vida y de una política verdaderamente democrática, tal como se presentan ante la sociedad.
Por su parte, los sectores intermedios buscan alianza con sectores del trabajo para superar la situación, ofreciendo mayor bonanza y bienestar, y aunque algunos de ellos parezcan tentadores, no parecen ir al fondo de la cuestión. Por la posición en la que están, fomentan procesos de inyección de dinero a la población, buscan reactivar la industria y manufactura a pequeña escala y creen en la emergencia de los sujetos pre-capitalistas como motores de la transformación.
En esto debemos hacer muchísimo hincapié. Todo proyecto político que se expida en pos del interés de los dominados, a los que muchos dirigentes e intelectuales se refieren y a los cuales supuestamente representan, no pueden olvidarse de una cuestión fundamental: el poder de los de abajo para vencer, abatir, destituir el poder de grupos que imponen su dominación de manera integral en la sociedad.
Algunos dirían que esta consigna es “irreal” y utópica en las condiciones actuales. A lo que los militantes sinceros, con una férrea convicción de que la victoria popular es posible, basada en un profundo y exhaustivo análisis de las condiciones en que podría desarrollarse, responderían que irreal y utópico es que las grandes masas de trabajadores y trabajadoras que se encuentran condenados a la pobreza y explotación puedan liberarse pidiendo a quién los ata de la soga que apriete un poco menos su cuello.
Hablamos de democracia en un globo donde los grupos de poder, que pueden imponerse frente a otros, definen su economía, su política, su ideología, como las dominantes. Mientras tanto abajo miramos nuestras propias acciones con los anteojos de los de arriba, y así nos hacen jugar, de una u otra manera, al juego que ellos quieren.
En dicho juego, los sectores intermedios elaboran propuestas que, por más bien intencionadas y autoconvencidas que sean, no pueden resolver el problema planteado. Estas propuestas no fomentan una posición propia y autónoma de aquellos que viven de su trabajo, y ni siquiera intentan enunciar los pasos necesarios para dejar de ser dominados.
Ejemplo de ello son la reforma laboral propuesta por Lavagna y el Plan Marshall Criollo impulsado principalmente por Grabois, entre otros, que buscan conducir al movimiento a reformas que, con muchísima suerte, mejorarían muy poco las condiciones de vida de un pueblo trabajador abatido por la pandemia.
En cambio, nuestro objetivo tiene sus pasos que integran estas reformas parciales, y la secuencia lógica de su desarrollo debe encontrarse en la propia experiencia que nos lleve a realizarlo. Lo que no podemos permitirnos es ser indiferentes ante la situación que se manifiesta frente a nuestros ojos.
Excusarnos por supuestas condiciones desfavorables que se basan más en principios ideológicos que en lecturas objetivas de la realidad es inadmisible. La militancia ya no está dispuesta al seguidismo obsecuente, y en su respuesta definen otro escenario de enfrentamiento demostrando prácticamente donde radica el poder. La lucha es nuestro único principio y debemos lograr la unidad de aquellos y aquellas que también lo tengan.