La situación en el sector es un claro ejemplo de cómo las necesidades del pueblo trabajador son utilizadas por las grandes empresas y fondos de inversión para la obtención de ganancias. El rol de los gobiernos fomenta la expansión del negocio y los acuerdos con estas firmas.
Según el reporte “Pharma 2019” de la consultora Brand Finance, desde el año 2000 hasta el 2018,
35 grandes compañías farmacéuticas reportaron ingresos por U$S 11.5 billones y ganancias brutas de U$S 8.6 billones. Este número refleja casi un 40% más que los márgenes de ganancia anual promedio de las compañías que se encuentran dentro del S&P 500 (las 500 empresas más grandes de Estados Unidos, entre las que se encuentran las más grandes del mundo).
En el primer puesto se encuentra Roche, de origen suizo, con U$S 6.914 millones de facturación anual. Bayer en el puesto dos, con sede central en Alemania; y Pfizer, Merck y Abbott, en los puestos tres, cuatro y cinco respectivamente, todas con sede en EEUU.
Se estima que el presupuesto destinado a Investigación y desarrollo (I+D) de la industria farmacéutica mundial es de U$S 171.600 millones, lo que supone el 9,4% de la I+D global, sirviendo a una producción que supera el valor de 800.000 millones de dólares. Con ello obtienen una ganancia del 366%. Además, la facturación anual del sector a nivel global pasó de U$S 390 millones en 2001 a U$S 1209 millones en 2018 (un 208% más).
Según la revista especializada Evaluate Pharma (2017), los 20 primeros laboratorios, en su mayoría provenientes de la Unión Europea y de Estados Unidos, representan más de 60% del total de ventas de la industria farmacéutica a nivel global.
Lo que se llama I+D, que viene creciendo alrededor del 2,5% anual, en realidad son inversiones de capitales en la industria farmacéutica mediante los cuales obtienen ganancias extraordinarias y utilizando mecanismos institucionales para llegar a tal fín.
Los Acuerdos en 1995 de la Organización Mundial del Comercio (OMC) establecieron derechos de propiedad intelectual para imponer los intereses del complejo farmacéutico a los Estados y sistemas de salud, especialmente en aquellos países dependientes de importaciones de la materia prima.
Entre las firmas beneficiadas estuvo Pfizer, una de las corporaciones farmacéuticas más grandes del mundo que desarrolla y produce diversos medicamentos y vacunas, como por ejemplo el Viagra (para la disfunción eréctil), y actualmente es una de las empresas de mayor facturación por la vacuna contra el COVID-19.
Como vemos, nuestra salud depende de sólo algunas empresas que producen medicamentos o vacunas obteniendo ganancias extraordinarias con ello. Aunque las mismas forman parte de un eslabón mayor: un grupo reducido de fondos de inversión tienen control directo de toda la industria de la salud a través de la compra de sus activos.
En la composición accionaria de Pfizer se encuentran Vanguard, BlackRock y State Street, los fondos de inversión más grandes del mundo, que en conjunto son propietarios de casi el 21% de la empresa. Y, según la información financiera, sólo 9 personas cuentan con “información privilegiada” de los movimientos de capitales.
En el caso de Bayer la situación se repite, ya que entre los diez primeros inversores se encuentran dos subsidiarias de Vanguard y una de BlackRock. En el segundo puesto se encuentra Dodge & Cox International, una gestora de fondos “independiente” que John C. Bogle, fundador de Vanguard, recomienda. Por tomar otro ejemplo, Roche tiene entre sus principales accionistas a Vanguard y varias de sus firmas, junto a Bank of America y otros fondos de inversión.
Pandemia y el negocio de las vacunas en el mundo
A costa de sus trabajadores y la necesidad de salud de toda la población estas empresas arman su negocio globalmente. En ese marco, la pandemia sirvió a las firmas del sector para obtener aún más, ya que aumentaron su facturación en 2020 respecto al año anterior. Y, asimismo, recibiendo un gran apoyo de organismos multilaterales y gobiernos para la investigación y producción de vacunas contra el Covid-19.
Apenas comenzadas las investigaciones, el Banco Mundial aprobó un plan de ayuda de u$s 12.000 millones para garantizar a los países en desarrollo un acceso rápido a las vacunas contra el Covid-19 cuando estas estén disponibles. Este monto se utilizará para “financiar la compra y distribución de vacunas, pruebas y tratamientos de Covid-19 para sus ciudadanos”, indicó el organismo en un comunicado.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) en la actualidad existen 63 vacunas en instancia clínica y 173 en pre-clínica. El impulso para su desarrollo e inserción en los mercados estuvo en gran parte en manos de los Estados, solventando gran parte de sus costos y sin dar a conocer los acuerdos a los que se llegó.
Un caso que lo ejemplifica es el de la Comisión Europea que firmó un acuerdo con la estadounidense Moderna para el suministro de 80 millones de dosis de su vacuna de Covid-19. No se conoce el precio exacto por dosis (ya que el pacto comercial es confidencial), y algunos medios estiman el acuerdo por alrededor de 3.000 millones de euros.
Por otro lado, el juego financiero en el sector es muy explícito: Albert Bourla, CEO del grupo farmacéutico Pfizer, se hizo con una ganancia de U$S 5.6 millones al vender un volumen accionario el mismo día en que la empresa diera a conocer una efectividad del 92% en la vacuna contra el
Covid-19.
Mientras tanto, el gobierno de EEUU es de facto el principal motor financiero para que avance la investigación de vacunas, otorgando más de U$S 10.761 millones en subvenciones directas y compras a los laboratorios. La administración Trump puso en marcha al inicio de la pandemia la conocida como operación Warp Speed (velocidad máxima) para financiar los proyectos de desarrollo de vacunas, medicamentos y herramientas de diagnóstico del virus.
Otro ejemplo de ello es la inversión de 1.000 millones de dólares en el proyecto de vacuna de la multinacional farmacéutica Johnson & Johnson. Los Estados con la economía capitalista más desarrollada son la vanguardia de este tipo de operaciones, cómo la Unión Europea, o estados cómo el de Rusia y China que canalizan dicha inversión en empresas estatales y luego lo comercializan en todo el mundo.
A su vez, los gobiernos no sólo garantizan el pase libre a los negocios de las farmacéuticas por las vacunas, sino que también fomentan espacios de encuentro entre ellas: cuatro de las farmacéuticas más grandes del mundo (Pfizer, Astrazeneca, Merck y Teva), el Fondo Biotech de Israel y Amazon Web Services se unirán para crear un laboratorio en Israel para la salud digital y biología computacional. El Laboratorio de Innovación comenzará a funcionar en 2021 y tiene asignado un presupuesto de unos U$S 10 millones de dólares para los próximos cinco años.
Intentando sacar el máximo provecho a la situación, las firmas se asocian para producir y abastecer las compras de los estados, cómo en el caso del laboratorio Sanofi que se hará cargo de la fabricación de la vacuna de Pfizer contra COVID-19 para suministrar más de 125 millones de dosis a la Unión Europea, al tiempo que seguirá con el desarrollo de la suya.
Y no es el único caso de ello. La gigante Novartis, con sede en Suiza, y Pfizer, junto al laboratorio BioNTech con el que hacen las vacunas, firmaron un acuerdo inicial para proporcionar más capacidad de fabricación. “El acuerdo hará que Novartis utilice sus instalaciones de fabricación aséptica en su planta de Stein, Suiza”, dijo un funcionario de la empresa. El acuerdo entre Bayer y el laboratorio CureVac es el caso más reciente.
Argentina en el escenario global
Para el caso de nuestro país, se estima que el Gobierno adquirió vacunas por el monto de U$S 500 millones de dólares hasta el momento. Para el presupuesto de este año se destinará para la vacuna U$S 579.8 millones.
Además, en sintonía con la tendencia mundial, el Senado aprobó la ley que declara de interés público la investigación, desarrollo, fabricación y adquisición de vacunas anti Covid-19. La misma establece que las vacunas contra el Covid-19 que sean importadas por el Ministerio de Salud de la Nación quedarán eximidas del pago de derechos de importación y de todo otro impuesto, gravamen, contribución, tasa o arancel aduanero o portuario.
Claro está que no se habla de llegada a la población sino de los beneficios de las empresas que buscarían producirlas o importarlas para su reventa. En el país el mercado de la salud tiene características similares al del resto del mundo, donde también actuan las grandes empresas a nivel global.
En particular, Argentina se jacta por tener un mercado interno con empresas de capital nacional fuerte. Aunque las mismas actúan como firmas multinacionales y en su mayoría dependen de las materias primas e investigaciones otorgadas por empresas extranjeras.
A ello se le agrega que la cadena de producción está llena de eslabones que los laboratorios aprovechan para maximizar ganancias. Estos llegaron rápidamente a ocupar una posición estratégica en la distribución de los medicamentos, a través de las distribuidoras, desplazando en parte a las droguerías como intermediarias, ya que sólo cuatro concentran cerca del 80% de las ventas: Rofina (de Roemmers), Disprofarma (ligada Bagó), Farmanet (sociedad formada por los laboratorios nacionales Gador y Casasco y las multinacionales Bayer, Novartis y Boehringer Ingelheim) y Global Farm (nuclea a la mayoría de los laboratorios de origen estadounidense).
A su vez, en el país existen 445 droguerías registradas, de las cuales cuatro concentran cerca del 70% del mercado: Droguería del Sud, Droguería Monroe Americana (Grupo Gomer), Droguería Suizo Argentina y Droguería Barracas. El sistema cierra con alrededor de 13.000 farmacias registradas y autorizadas, según datos del INDEC del 2018.
A través de toda la cadena, desde la producción, distribución, hasta el consumo, cierra el círculo perfecto del negocio para estas firmas. Según un informe realizado por el Instituto de Estudios sobre Políticas de Salud (IEPS) para el caso argentino, los márgenes de diferencia entre el costo de fabricación y el de venta de los medicamentos al público llegaban en el 2010 a más del 30.000 por ciento (%).
Laboratorios, distribuidoras y droguerías, junto a 190 plantas industriales, constituyen en el país uno de los sectores manufactureros que más se benefició en los últimos años. Su producción se mantuvo por encima del nivel general de la industria desde 2012 y, según los últimos datos del INDEC, la facturación del sector ascendió a U$D 19.700 millones al segundo trimestre de 2019.
Como dijimos anteriormente, este sector se caracteriza por un alto grado de concentración del mercado en pocas empresas, donde el 44% del total de facturación se encuentra en manos de 10 laboratorios, liderados por Bayer, de origen alemán, Gador, Roemmers y Raffo, de origen argentino.
Estos, se organizan sectorialmente en la Cámara Industrial de Laboratorios Farmacéuticos Argentinos (Cilfa) -laboratorios de origen nacional-, la Cámara Argentina de Especialidades Medicinales (Caeme) -laboratorios de origen extranjero- y la Cooperativa de Laboratorios Argentinos (Cooperala).
Según datos del INDEC, las ventas de la industria farmacéutica aumentaron un 46,3% interanual
en el tercer trimestre del 2020 al alcanzar los $87.440,3 millones. Y, en base a la última planilla de datos oficial, la industria farmacéutica en Argentina aumentó su facturación más del 400% desde 2016 hasta la actualidad.