El 16 de septiembre se cumplió un nuevo aniversario de uno de los mayores hechos de masas de la historia argentina, el Rosariazo.
E
ste proceso fue resultado de una situación en la que en el mundo se sucedían unos a otros diversos y complejos procesos de enfrentamiento. Los Acuerdos de Bretton Woods, establecidos luego de la Segunda Guerra Mundial dictaron los lineamientos de las políticas económicas mundiales que estuvieron vigentes hasta principios de la década de 1970.
Aquí, además de crearse el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, se establecieron las reglas de las relaciones financieras entre los países industrializados a partir de la imposición del dólar como divisa líder, desplazando al oro como patrón de respaldo.
A su vez, durante estos años se generalizó a nivel global el sistema de producción fordista, es decir, el sistema de producción en cadena, que mecanizo e intensificó el trabajo, aglutinando grandes masas trabajadoras que fueron amalgamando sus intereses y su fuerza como clase en dirección a los patrones, que promovieron de forma intermitente la reducción de costos, y los gobiernos que los respaldaban, en contra de las condiciones de vida de la sociedad en general.
De esta manera, hacia finales de la década de los sesenta se concatenaron diferentes manifestaciones de lucha, fruto de procesos organizativos de resistencia, como el Mayo Francés de 1968, donde el pueblo de Francia se plegò a las calles para dar lugar a la mayor revuelta estudiantil y la mayor huelga general de la historia de Francia.
Los azos
Está conmocionada situación encontraba en el contexto nacional un fiel reflejo, particularizada por la presidencia de facto de Juan Carlos Ongania desde 1966, la proscripción del peronismo y un profundo debate en organizaciones sindicales y estudiantiles en años de clandestinidad a raíz de la persecución del gobierno a cualquier tipo de participación.
Comenzando desde piquetes y asambleas aisladas en sindicatos, que fueron ganando fuerza, para pasar a realizar huelgas en el interior de las fábricas que eventualmente volvieron a salir para escalar hacia la coordinación de medidas interfabriles y en conjunto a distintos actores como los estudiantes y facciones cristianas.
Durante el año 1969, suceden distintas expresiones de lucha en diversos puntos del país, escalando el descontento y la organización, constituyendo la emergencia de un movimiento nacional.
El inicio fue la Marcha del Hambre de Villa Ocampo, también conocido como el Ocampazo, cuando el 11 de abril, sindicatos, dirigentes políticos, estudiantes, comerciantes y grupos cristianos de los pueblos del norte de Santa Fe se convocaron a una marcha a pie hasta la capital de la provincia en reclamo por los amedrentamientos que venían sufriendo las fuentes de trabajo que proporcionaban los ingenios azucareros de la zona.
“…Una ola incalculable de clamor de justicia, de fuentes de trabajo, pan y tranquilidad, se oye en el Norte. Villa Ocampo dio un grito de alerta y hoy se debate entre la vida y la muerte su suerte definitiva. Los pueblos que no luchan merecen ser esclavos”. Semanario “Ocampense”, el 5 de enero de 1969.
En mayo, docentes, estudiantes secundarios, trabajadores encabezados por la CGT y el movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo de las ciudades de Corrientes y Resistencia apoyaron a los estudiantes universitarios, que declararon la huelga para reclamar contra el cierre del comedor universitario.
Aquí la sociedad en general se sensibilizó y solidarizó con la causa, como por ejemplo, al abrir las puertas de sus casas para eludir la represión policial. Por su parte, los sindicatos de SMATA, Gráficos y Panaderos organizaron un comedor popular que daba de comer a centenares de estudiantes y carenciados.
Una de las puebladas más destacadas en este año se dio en el llamado Cordobazo, donde las organizaciones sindicales de las diversas corrientes más influyentes del movimiento obrero cordobés, Luz y Fuerza, la Unión Tranviarios Automotor (UTA) y el Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA) convocaron una huelga de 37 horas, para los días jueves 29 y viernes 30 de mayo.
Las movilizaciones de estudiantes y trabajadores que se dieron paso con la convocatoria a la huelga resistieron y enfrentaron la represión de las fuerzas policiales y, tras varias horas de enfrentamiento, los más de 50.000 manifestantes tomaron la ciudad hasta la intervención del Ejército.
Rosario
Esta oleada de puebladas resonó en las calles rosarinas en una prolongada serie de movilizaciones y manifestaciones que adquirieron su mayor profundidad entre los meses de mayo y septiembre.
El primer epicentro que abrió esta etapa de protesta fue el 16 de mayo, cuando nutridos grupo de estudiantes universitarios organizaron asambleas y expresiones de repudio al asesinato del estudiante Juan José Cabral en manos de las fuerzas militares durante las protestas contra el cierre del comedor universitario en la ciudad de Corrientes.
El estado de conmoción se extiende en el tiempo y a todos los sectores de la sociedad que confluyen el 21 de mayo en la Marcha del silencio, convocada en protesta del asesinato del estudiante Ramón Bello, baleado por la policia en una represion de las movilizaciones estudiantiles.
La masiva concentración y la evidente organización de los dispositivos represivos de la policía provincial, dieron lugar a la generación de intensos combates callejeros a los que los distintos sectores concurrieron previstos de la organización de Comités de Autodefensa preparados con consignas y la construcción de barricadas y diversos mecanismos de defensa, desbordando a las fuerzas represivas y obligando su retirada.
Este proceso de activa movilización general, recordada como el Primer Rosariazo, concluye en el llamado de la CGT de los Argentinos y la CGT Azopardo al paro general para el día 23, paralizando todo el cordón industrial de la zona norte de Rosario.
Las secuelas de estos sucesos no atemperaron las tensiones en la ciudad, donde el gobierno militar profundizó la ofensiva hacia los trabajadores con la modificación unilateral de los convenios de trabajo, la detención de varios dirigentes gremiales, la reducción de salarios y la intervención de sindicatos.
La chispa que dio lugar al proceso final de este ciclo, el Segundo Rosariazo, se dió en septiembre con una huelga de delegados de Unión Ferroviaria en reclamo por la suspensión del delegado administrativo Mario J. Horat, que había sido penalizado por promover la adhesión a los paros efectuados contra el gobierno.
4.000 trabajadores se sumaron al paro y se decidió su prolongación por 72 horas. La escala de la medida se expandió hasta Arroyo Seco, Cañada de Gómez, Casilda, Empalme, San Nicolás y Villa Constitución. La amenaza de la empresa estatal Ferrocarriles Argentinos de suspender trabajadores sólo motivó la declaración de la extensión de la medida por tiempo indeterminado.
El Gobierno militar no da el brazo a torcer y ordena la aplicación de la Ley 14.467, de Defensa Civil, disponiendo la movilización de todo el personal ferroviario bajo el Código de Justicia Militar y criminalizando la medida de fuerza, pero la defensa de los intereses obreros escala al sector convergiendo medidas por todo el país.
El 16 de septiembre, convocados en un paro de 38 horas por la CGT local, importantes columnas de estudiantes y trabajadores de todos los sectores volvieron a enfrentar y doblegar en campo abierto de las calles de Rosario a las fuerzas de seguridad en un conflicto que llegó hasta los barrios de la ciudad y se prolongó hasta la intervención y la toma del control del Ejército.
“Se nos quiere retrotraer a épocas que muy bien conocemos los trabajadores y que en la historia han quedado bajo el lema de las vacas gordas y los peones flacos”, aseguró el comunicado de la CGT que llamó al pueblo rosarino a las movilizaciones del 16.
La intensidad de estas movilizaciones no solo fueron resultado de la solidaridad espontánea y la efervescencia del contexto, sino que a su vez hubo un desarrollo ulterior de las organizaciones que generó la capacidad de articular las necesidades y las luchas más inmediatas con una profunda crítica de las raíces de los problemas que aquejan al pueblo trabajador.
El gobierno militar no desconoció esta situación. Juan Alemann, ex secretario de Hacienda, aseguró a la prensa en 1987, ante la pregunta de por qué los militares no habían privatizado las empresas públicas, que su objetivo principal en ese momento “era derrotar al movimiento sindical y desarticular a las organizaciones obreras”.
Hoy, a 52 años de este ciclo de luchas, los motivos por los cuales se movilizaron estudiantes y obreros en unidad no distan mucho de las necesidades que se profundizan dia a dia en nuestros tiempos, lo que nos empuja a quitar del museo a la nostalgica efeméride y reflexionar de forma activa y crítica sobre el recorrido y la situación presente del pueblo trabajador.