Daniel Funes de Rioja, representante de la UIA, durante una reunión con el ministro de Desarrollo, Matías Kulfas, y el jefe de Gabinete, Juan Manzur, dijo que para generar empleo en el país es necesario como condición una “modernización laboral”.
En una geografía donde ya se encuentran generaciones cimentadas en el flagelo de la pobreza y la indigencia, los referentes del arco empresarial pelean para no dejarse llevar por la corriente de la crisis y sostener sus beneficios hasta las últimas consecuencias.
La ley de la selva del capital es lo único que parece no haberse visto afectada por la vigencia de la pandemia, potenciando la competencia por la concentración de los recursos. En paralelo, observamos cómo se profundiza la desintegración de los espacios organizativos que impulsan reclamos y luchas por mejorar las condiciones de vida del pueblo.
En esta vertiginosa carrera por la sobrevivencia, donde pican en punta los actores con mejor capacidad de adaptarse al desarrollo tecnológico y a la lógica financiera, varios referentes del otro lado del mostrador empiezan a codearse entre ellos y presionan en conjunto el impulso de diversas iniciativas que apuntan a reformar las leyes laborales.
El desarrollo de la tecnología es un factor que condiciona de hecho la cantidad y la calidad del trabajo, abriendo lugar a numerosas estrategias patronales (formales e informales) para ejercer su libertad de maximizar sus beneficios a costa de una producción socializada como nunca antes vistas en la historia de la humanidad.
En nuestro país, uno de los obstáculos que aparecen como un motivo de entorpecimiento de estas transformaciones enunciadas por el empresariado es el esquema legislativo laboral, forjado en el modelo de producción industrial del siglo XX, de ahí su petición al Gobierno Nacional para el impulso de políticas orientadas a ello.
Las grandes fábricas de los conglomerados urbanos se abren paso a fenómenos como el home office, los servicios tercerizados y la automatización y robotización de los procesos productivos; esta engañosa condición que pretenden imponer los empresarios en la agenda gubernamental parece ir en contramano con lo que indica la lógica misma del perfeccionamiento de la ciencia y la tecnología.
Las inversiones irían dirigidas, en teoría, a la incorporación de tecnologías para impulsar la producción, y al mismo tiempo perfeccionarían el proceso productivo, pudiendo prescindir de los costos de toda mano trabajadora que, a la corta o la larga, aparecerá sobrante.
Las propuestas enunciadas para los nuevos tiempos del trabajo no parecen aún dar suficientes soluciones a las grandes masas trabajadoras que se ven imposibilitadas de acceder al mercado formal laboral, sobreviviendo a expensas de lo que esté a la mano, de nuevo, la ley de la selva, degradando la condición humana hasta el límite, por arriba y por abajo.