El pasado 9 de septiembre se cumplieron 25 años del fallecimiento de Ricardo Carpani, artista icono de la lucha de los trabajadores y la transformación social.
“Soy un tipo que pinta, entre otras cosas. No tengo formación académica, ni como artista ni como intelectual. No tengo títulos. No cursé ninguna escuela de Bellas Artes. No me gusta la palabra ´autodidacta´; uno siempre aprende de los demás. Simplemente trabajé, viví, me apasioné, milité, pinté. Eso, nada más”.
Así sin más, se presentaba, en una entrevista, Ricardo Carpani, un artista que se erigió como expresión del momento histórico de mayor agitación de la militancia durante las décadas de los sesenta y los setenta.
Nacido en Tigre, provincia de Buenos Aires, de joven se encontró bajo la influencia del poeta Luis Franco, quien lo acercó a las lecturas y a la reflexión política. Luego de un breve paso por la facultad de Derecho viajó a París, donde comenzó su aproximación a la plástica, que continuó a su vuelta, estudiando en el taller de Emilio Pettoruti.
En 1957 realiza su primera exhibición, y dos años después será miembro fundador del Movimiento Espartaco, cuyo manifiesto fundacional reclamaba por el propósito de pasar “de la pintura de caballete, lujoso vicio solitario”, al “arte de masas”, denunciando la ausencia de una expresión plástica latinoamericana, revolucionaria y anti-imperialista.
El grupo, a pesar de su salida en 1961, representaria el inicio de un sendero que confrontaba la forma de entender el arte y el lugar del artista en el mundo, en donde las obras no se encerraban en museos o salones, sino que formaban parte de la vida y las experiencias de lucha de militantes y estudiantes.
Su pensamiento se vería reflejado a su vez en la publicación de algunos escritos como Arte y revolución en América Latina (1961), El arte y la vanguardia obrera (1963) o Nacionalismo burgués y nacionalismo revolucionario (1972).
“La obra de arte dejó de ser un bien social para transformarse en mercancía. Perdió su carácter monumental y colectivo, dejando de estar en contacto directo con la comunidad, para pasar a ser el lujo de unos pocos”, denunciaba Carpani, en Arte y Revolución en América Latina.
Trabajadores de dimensiones titánicas, rasgos duros, curtidas pieles y rostros serios, con nudosos puños en alto y gestos desafiantes e iracundos, dotaban de sentido a la representación de las masas populares como portadores del porvenir histórico, en un contexto de masivas movilizaciones y marchas, de consignas, gritos y bronca. “Todo arte es un producto social. Pero no un producto de la sociedad humana en abstracto, desprejuiciada de tiempo y lugar, sino un producto de una sociedad determinada en un determinado momento de su desarrollo histórico”, fundamentó el artista.
El sentido combativo y colectivo que impregnaba en sus obras preconizó la intención de sortear la separación del artista y la sociedad, superando su concepción individualista de los problemas de la humanidad y la exaltación de los valores del capitalismo. De esta forma, Carpani involucró de lleno su labor artística en la militancia a través de los murales, los afiches y las ilustraciones de folletos y volantes de sindicatos y centrales obreras, que inundaron las calles de Buenos Aires y el interior del país.
“Un amigo mío, don Rómulo Lagos, tenía una editorial y me imprimió prácticamente gratis una serie de láminas muy bien impresas. Esas láminas se repartían entre la militancia. Se vendían por todos lados para juntar fondos. Yo he encontrado afiches míos en muchas casas obreras. La gente iba detrás de quienes los pegaban; cuando el engrudo estaba fresco, los despegaban y se los llevaban a sus casas”, relató el reconocido pintor, en una entrevista al medio Nuevo Sur, en 1989.
Con la fuerte convicción del rol del arte en la gestación y consolidación de una conciencia nacional como requisito para la lucha de los pueblos por su liberación, la iconografía de Carpani se arraigó en el imaginario de los trabajadores, escandalizando a la escena y la crítica artística contemporánea.
Carpani, en su legado de compromiso, hizo del arte una herramienta para la liberación de las masas, como acción dialéctica y como un arma de inapreciable importancia para dotar de profundidad la manifestación revolucionaria en las fibras sensibles de los pueblos.