Contexto del “Argentinazo”, un pueblo en rebeldía.
Los días 19 y 20 de diciembre del año 2001 serán recordados en la historia social y política de Argentina luego de que se sucedieron los levantamientos populares que terminaron con el Gobierno del presidente De la Rúa, y la sucesión en el cargo de cinco presidentes en menos de una semana.
La situación social se había recrudecido para comienzos del siglo en el país. El contexto de pobreza era extrema. De 36 millones de habitantes, 15 millones eran pobres. La tasa de desocupación se ubicaba en el 17%. El 40% de los trabajadores sufría problemas en el empleo.
Crónica
Cortes de ruta, “corralito”, saqueos, piedras, gases lacrimógenos, corridas, caballos, escraches: todas imágenes de una escena que aún continúan vigentes en la memoria de los argentinos que atravesamos el estallido del 2001 dónde un pueblo se alzó contra la indiferencia.
En la noche del 19 de diciembre, a través de cadena nacional, el presidente De la Rúa decretó el estado de sitio.
Las palabras del presidente fueron: “Más allá de las personas hay que asegurar paz social y estoy dispuesto a hacerlo preservando a las personas y los bienes; por eso he dictado el estado de sitio. Una pronta respuesta del justicialismo, sin embargo, es necesaria. No puede seguir el cuadro de violencia en la calle que arriesga a situaciones más peligrosas”.
Pedía entonces un acuerdo con “el justicialismo” partido que había triunfado en las elecciones legislativas de octubre del 2001 y “controlaba” el recinto parlamentario.
Los días previos la situación de conflictividad ya se respiraba en el ambiente producto de largas jornadas de lucha que venían protagonizando los trabajadores a lo largo de la década. Solo por mencionar algunas: Cutral-Co (1996); Plaza Huincul (1997); General Mosconi y Jujuy (1997); Corrientes (1999); Tartagal-General Mosconi (2000/2001); Gran Buenos Aires (2001); Marcha Federal (1994); múltiples Jornadas Piqueteras.
El 12 de diciembre fue uno de los sectores sindicales de la CGT que convoca a manifestarse mientras en paralelo, ATE llama a parar por 24 horas en conjunto a las CTA y movilización en Plaza de Mayo.
El 13 de diciembre se llevó adelante un paro general convocado por las dos facciones de la CGT y la CTA con pleno acatamiento y en articulación a múltiples iniciativas de piquetes en el país. El antecedente directo que había calentado la sartén, fue el “corralito”, o bloqueo de los depósitos de los ahorristas argentinos en 3 de diciembre.
Luego del anuncio del presidente el 19, la gente salió a la calle con cacerola en mano y comenzó a pedir “que se vayan todos, que no quede ni uno sólo”. La crisis de representatividad era tan profunda como la condición misma a la que se había llevado a la clase trabajadora al límite de su reproducción.
Dos días de lucha callejera, enfrentamientos directos con la policía, arrojaron una situación desfavorable para el pueblo que había rebalsado su paciencia. Según datos del Centro de Estudios Legales y Sociales señalan que en las jornadas del “Argentinazo” se registraron al menos 35 muertos.
La situación explosiva tenía como telón de fondo (poco visible) una disputa intercapitalista entre sectores exportadores, grandes industriales, que promueven la salida del régimen cambiario “1 a 1” (un dólar, un peso). Otros, en cambio, más ligados a matrices de servicios y con altos costos en dólar alimentaban sus estómagos con la renta financiera vía endeudamiento. Pagaban salarios en pesos y fugaban dólares al exterior obteniendo altas rentabilidades como bancos y empresas energéticas.
El programa del capital
El shock que produjo los levantamientos populares del año 2001 fue la canalización de una “bronca” popular que había venido gestándose por abajo durante muchos años empujada por la situación de explotación extrema a la que se había sometido a la clase trabajadora.
Las condiciones que permitieron el “estallido” fueron la materialización de un proyecto político empujado por el capital dominante que se había instalado en el Estado a través de la última dictadura militar y que retornó en su forma democrática en 1983, a través del triunfo del candidato radical, Raúl Alfonsin.
La oligarquía financiera había desplegado su programa de clase a través de la reforma estructural del Estado y del conjunto de las relaciones sociales de producción subordinado a la clase trabajadora y destruyendo sus mecanismos de organización para la lucha.
El “retorno” a la democracia había dejado un saldo de 30 mil victimas del genocidio del Estado entre los cuales se hallaban gran parte de militantes políticos que con su accionar disputaban el poder del gobierno.
El programa del capitalismo financiero desplegado desde el 76´ y luego con el 83’ llevaba como insignia una “barredora” sobre lo público que había sido controlado anteriormente por el Estado a través de la privatización de los servicios públicos, la seguridad social (creación de las AFJP), empresas energéticas, allanando la cancha con un modelo primario de renta financiera, la exposición de la extracción minera y agrícola con el “boom” de la “sojización”.
La reforma del Estado que había sido aprobada por el gobierno del peronismo de Carlos Saúl Menem, había promovido no sólo la privatización de las empresas estatales como YPF, Correo Argentino, sino que había armado una estructura jurídica que montaba las estructuras para una época dorada para la ganancia privada.
Entre una de las medidas que profundizó el contexto de hegemonía del capitalismo financiero fue la llamada paridad cambiaria. El modelo del “1 a1”, dónde un dólar, un peso. En ese contexto y ya con la aprobada reforma del sistema financiero traída de la última dictadura se habilitó el contexto de “bicicleta financiera” en la cual las empresas tomaban deudas en pesos convirtiéndolas a dólar y sin ninguna restricción giraban dólares a sus casas matrices y otros paraísos fiscales produciendo un enorme agujero al sistema monetario.
En ese contexto también se había contraído préstamos con organismos internacionales de crédito que imponen el programa del “Consenso de Washington” que encolumnar la estructura del continente latinoamericano a las directrices del FMI, el Banco Mundial y los fondos de inversión que se constituían en el eslabón dominante de la globalización.