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a sobreproducción de capital a escala global se enfrenta a la caída del consumo, la baja producción industrial y las recesiones periódicas. Esto les impide a las distintas fracciones realizarse y cumplir un nuevo ciclo para su supervivencia.
Dicha dinámica las obliga a, por un lado, reconvertir sus áreas de negocios a través de la digitalización y las ganancias de los intereses financieros (sin respaldo en la “economía real”); por otro, a quemar capital en los conflictos bélicos alrededor del mundo.
Esta situación genera una agudización de la crisis y la profundización de una feroz competencia por los recursos. Así se acrecienta la lucha por un botín cada vez más pequeño comparado a las necesidades del capital.
Esta disputa por el control de las operaciones confluyen en un punto: el régimen monetario. A través del mismo controlan las transacciones, los flujos de dinero y las inversiones, y por ello los distintos proyectos globales plantean el sostenimiento del dólar o medios de pagos alternativos.
En nuestro país las distintas fracciones que desde un principio apoyaron la política de gobierno por “reducir los costos”, hoy relinchan pidiendo una devaluación del peso para sobrevivir. En frente, el bloque financiero, compuesto por fondos de inversión, bonistas y bancos que detentan el poder del Estado, realizan sus negocios montados en la bicicleta financiera manteniendo el precio del dólar.
Estos dos bloques que disputan el reparto de los recursos coinciden en el ajuste y empobrecimiento a la clase trabajadora que es quien paga los costos de la crisis. Además del recrudecimiento de la represión para todo aquel que se digne a protestar.