Por Jenifer Alesso, Martín Griffa y Evelin Carando
Compartido desde La Ventolera
La agenda mundial se ha modificado debido a la pandemia que hoy acecha a la población: el COVID-19. Con más de 714.000 infectados y 35.000 muertos en un total de 187 países, un número que va en ascenso y se expande de una manera desafiante.
Las medidas preventivas, como por ejemplo la cuarentena obligatoria, fueron puestas en marcha en diferentes lugares del mundo, con el objetivo principal de no colapsar un sistema sanitario que siempre se concentró en la privación y en el mercado por encima de un esquema público de acceso general para los más vulnerables, y que hoy no tiene la capacidad de desplegar las cuestiones esenciales para la preservación de la salud de los ciudadanos.
Esto, a su vez, genera las condiciones para desarrollar el mercado y que algunos saquen provecho de la situación. Así fue como se dio el puntapié para implementar las nuevas formas de producir y transmitir el conocimiento a través plataformas digitales y aulas virtuales, en medio de un estado de aislamiento que no permite la concurrencia a la institución para el dictado normal de clases. Al mismo tiempo, dan marcha a nuevas lógicas de consumo en un mercado que parece innovarse bajo cualquier circunstancia, creando nuevas relaciones sociales a través de un sistema que se adapta a las necesidades de sus consumidores.
Las dos plataformas que encabezan este tipo de mercado son Blackboard, de Providence Equity Partners LLC, una sociedad de inversión estadounidense global de capital privado centrada en inversiones en medios de comunicación, educación e información y, por otro lado, ECollege, también de origen estadounidense.
El enemigo invisible inmoviliza, cala tan profundo que no nos permite ver más allá de la caja cuadrada, poniendo a disposición de sus consumidores películas, nuevas series y, por supuesto, la información más actualizada sobre el virus, como también nuevas redes sociales y juegos virtuales para pasar estos días dentro de casa. Un negocio redondo.
Pero hasta ahora la salvación parece ser individual y el aislamiento poco a poco se vuelve indiferencia. La organización queda relegada a un margen y la unión ya no hace la fuerza, en una economía mundial que está en terapia intensiva y que parece no tener el alta desde 2008.
En este contexto la situación es incierta y el virus se expande, sin hacer distinción, aislados en nuestros hogares con el lema mundial #quédate en casa, que se ha hecho viral en todas las redes y que los medios de comunicación reproducen sin parar. Parece una regla simple de acatar, más aun cuando el presidente decide aplicarlo “por la razón o por la fuerza”. Pero al parecer no hay medida que alcance frente a esta situación tan compleja.
Mientras que los desafíos se profundizan, como sociedad tenemos que prepararnos para buscar nuevos lazos dentro de este aislamiento, la organización no debe detenerse, ni dar un paso atrás a la construcción colectiva, en un contexto donde los derechos son vulnerados, donde la represión está en la calle y no podemos verla a través de las series nuevas de Netflix, esto nos presenta una ambivalencia: por un lado, el miedo al contagio y, por el otro, la necesidad de organizarnos como pares.
Como estudiantes preocupados por esta realidad crítica y las condiciones de vida del pueblo, entendemos que no podemos adoptar un rol de pasividad sino que corresponde poner en la mira y devolver a la sociedad un poco de todo lo que nos dio, es por esto que nuestra tarea es profundizar las redes de solidaridad por todos los medios que conocemos, y tener iniciativas para acortar las distancias impuestas. Se vuelve hoy lo indispensable y el mayor desafío que nos debemos dar.
No alcanza con las medidas y falsas soluciones que hasta ahora nos han sumergido en el aislamiento y el consumismo, sin atacar el problema de raíz. La única solución debe construirse entre todos y todas buscando resolver aquellos problemas por los que no podemos seguir esperando.