El debate sobre los proyectos de reducción de las jornadas laborales abre el panorama para discutir el rumbo de las diezmadas condiciones de vida de los trabajadores en todo el mundo.
Karoshi es una palabra japonesa para describir un fenómeno que puede traducirse como “muerte por exceso de trabajo”, reconocido desde el Ministerio de Salud del gobierno japonés desde 1987, momento en cual comenzó a recopilar estadísticas.
Al principio, las cifras oficiales reportaban un par de cientos de casos cada año, pero ya en 2015 el número de víctimas alcanzaba las 2.310. Según el Consejo Nacional en Defensa de las Víctimas de Karoshi la verdadera cifra puede llegar a las 10.000 víctimas anuales.
Accidentes cerebrovasculares, ataques cardíacos, entre otras causas directamente vinculadas al estrés debido a excesivas y prolongadas jornadas de trabajo, incluso el suicidio, son algunas de las manifestaciones a las que se ven sometidos miles de trabajadores en todo el mundo.
En un primer análisis global de la pérdida de vidas y de salud por estas dos enfermedades asociadas al trabajo de muchas horas, la OMS y la OIT estimaron que en 2016 murieron 398.000 personas por ictus (infarto cerebral o embolia) y 347.000 por cardiopatías atribuibles a haber trabajado 55 o más horas a la semana.
A pesar de que la duración de la jornada de trabajo es un debate que cuenta con más de 135 años de historia, cuando estalló la revuelta de los trabajadores de las fábricas de Chicago en reclamo de la jornada de 8 horas, el asunto está lejos de estar cerrado.
En la actualidad vivimos un contexto signado por diversos procesos que flexibilizan y precarizan las condiciones de trabajo en todo el mundo, por lo que, lejos de aminorar las causas de tamañas cifras de víctimas, las mismas se profundizan.
De 2000 a 2016, el número de muertes por cardiopatía por trabajar muchas horas aumentó un 42 por ciento, y las de ictus un 19 por ciento.
En un reciente informe, la OIT aseguró que en 2020 se perdió el 8,8 por ciento del total de horas de trabajo, el equivalente a las horas trabajadas en un año por 255 millones de trabajadores a tiempo completo. Por otro lado, se calcula que el déficit mundial de puestos de trabajo inducido por la crisis se situará en 75 millones en 2021 y en 23 millones en 2022.
La pérdida de empleo es un indicador de varios fenómenos que se vinculan directamente a esta situación generalizada. Entre algunos elementos a subrayar, el informe destaca que “el aumento del trabajo por cuenta propia –que se caracteriza de manera desproporcionada por la baja productividad y el trabajo informal– es otra señal del deterioro de la calidad del trabajo”.
El organismo sentencia a su vez que “la destrucción de empleo entre los trabajadores asalariados será dos veces mayor que en el caso de los trabajadores por cuenta propia, lo que provocará un cambio en la estructura del empleo”. Los trabajadores informales ya conformaron el 60,1% de la fuerza total de trabajo en 2019.
Los proyectos de reducción en alza
En los últimos años, en el marco de una crisis social sin precedentes, numerosas empresas “experimentaron” intentos de reducción de la jornada laboral, en busca de aumentar su productividad. Además, distintos gobiernos discuten iniciativas desde la órbita pública en busca de reducir la jornada laboral.
Elephant Ventures, una empresa de software e ingeniería de datos, con sede en la ciudad de Nueva York, comenzó a probar una semana laboral de cuatro días con jornadas diarias de 10 horas, “para ayudar a prevenir el agotamiento de los empleados y mantener el equilibrio entre la vida laboral y personal durante la pandemia”.
Microsoft, una de las high tech más importantes a nivel mundial, al publicar los resultados de un experimento llevado a cabo en sus oficinas de Japón, donde 2300 empleados de la compañía tuvieron cinco fines de semana de tres días, aseguró que el descanso impulsó la productividad y las ventas un 40 por ciento. Takuya Hirano, CEO de Microsoft Japón, dijo que su objetivo es que los trabajadores “piensen y experimenten cómo pueden lograr los mismos resultados con un 20 por ciento menos de tiempo de trabajo”.
Unilever, Perpetual Guardian, Morrisons, Nicholson Search, IIh Nordic, Monograph, Telefónica y Amazon son otros ejemplos de empresas que implementaron este régimen laboral.
En Tribuna ya relevamos anteriormente el proyecto del partido Más País, en España, para implementar un periodo de prueba de tres años que utilizaría 59 millones de dólares del fondo de recuperación de la Unión Europea por el coronavirus para que 200 empresas reorganicen sus procesos de trabajo para reducir la semana laboral de 5 a 4 días, reduciendo por lo tanto también de 40 a 32 horas semanales.
Por su parte, el gobierno japonés planea inducir a las empresas a trabajar cuatro días a la semana en lugar de cinco, con el objetivo de mejorar el equilibrio entre el trabajo y la vida de las personas que tienen responsabilidades de cuidado de mayores en un país que tiene una de las tasas de envejecimiento más altas.
En Colombia, el mes pasado la Cámara de Representantes aprobó acortar la jornada laboral de 48 a 42 horas semanales sin reducción de los sueldos ni aportes. Uno de los autores de este proyecto fue el expresidente Alvaro Uribe. A partir del 2023 la jornada bajará a 47 horas, un año después se disminuirá otra hora y a partir del siguiente año bajará dos horas por cada año hasta llegar a las 42 horas de jornada.
Otro cercano ejemplo es Chile, donde hay varias iniciativas sobre la reducción laboral. Una más reciente, presentada recientemente por el diputado del Partido Por la Democracia (PPD) Raúl Soto, que propone reducir la semana laboral a cuatro días y la jornada laboral a 40 horas semanales en un inicio, y a 38 en el quinto año de su implementación. En el legislativo ya hay una propuesta que impulsa una jornada a 40 horas, que lleva la firma de la diputada comunista Camila Vallejo.
Argentina
En nuestro país, también se están discutiendo proyectos en torno a la jornada laboral. La jornada de 8 horas diarias (o 48 horas semanales) entró en vigencia a partir de 1929, durante la gestión del presidente Hipólito Yrigoyen, a 43 años después de los sucesos de Chicago.
Claudia Ormachea, secretaria de Derechos Humanos de La Bancaria y diputada del Frente de Todos, presentó a finales del 2020 en el Congreso de la Nación un proyecto de ley para reducir la jornada laboral a 36 horas semanales (6 horas diarias), considerando contemplaciones también sobre las jornadas nocturnas e insalubres, el trabajo de menores y condiciones para el pago de salarios y vacaciones.
También en 2020, otro diputado de extracción sindical, el referente de la CTA Hugo Yasky, presentó un proyecto para reducir la jornada laboral a 40 horas semanales. El objetivo de este proyecto “es reducir la carga de horas semanales para que más trabajadores que están en la informalidad sean contratados y pasen a la esfera formal”.
Este mes, la ministra de Trabajo de la Provincia de Buenos Aires, Mara Ruíz Malec, volvió a abrir el debate al considerar “factible” discutir una eventual rebaja de la jornada laboral, ya que en Argentina “se trabaja muchas horas y, generalmente, eso no redunda en productividad”.
En varias de estas presentaciones en todo el mundo la salud mental es uno de los principales argumentos, el estrés cotidiano no es una normalidad, es una manifestación de un contexto marcado por la conflictividad, cada vez más indisimulable en el territorio. “Un proyecto de estas características lo que busca es mejorar la salud mental, el tiempo familiar”, es un fundamento que se presenta siempre junto a la advertencia de que esto no vaya en desmedro de “bajar la productividad o una reducción de salario”.
El escenario de enfrentamiento, aunque siempre en movimiento, es una realidad ya palpable y cualquier resolución que abone a un esquema de concertación no será posible si solo permite continuar languideciendo las urgentes condiciones de vida de las clases trabajadoras. Los salarios son bajos, y las horas (y las presiones) son altas, no hay margen posible para el ajuste, las manifestaciones de sus consecuencias también están a la vista.