Los Fondos de Inversión ganan terreno y afectan directamente sobre la vida de millones de familias trabajadoras del continente.
Desde la década de los 70’, los organismos de crédito internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI) o el Banco Mundial (BM), creados post-segunda guerra mundial para el control efectivo de las finanzas globales, sirvieron como herramientas de colonización e imperialismo contra los pueblos de todo el mundo.
Así, con presiones diplomáticas y armamentísticas, aumentaron progresivamente su control sobre la producción, distribución de recursos, políticas públicas, presupuestos gubernamentales, candidatos políticos, etc. Dicho proceso se llevó a cabo a escala global por parte de estos organismos y los actores vinculados a ellos.
En particular, el debate sobre la deuda pública adquirió una fuerte relevancia desde inicios del siglo XXI con los procesos de reestructuración de las deudas adquiridas durante los años 90´. En ese contexto, comenzaron a tener mayor relevancia los Fondos Comunes de Inversión (FCI). Estos son acreedores privados que prestan plata a empresas y gobiernos imponiendo condiciones para el cobro de sus intereses.
En la actualidad, los procesos de reestructuración de deuda con bonistas privados y organismos internacionales volvieron a conducir la mirada hacia el problema de la deuda externa. Esto contrasta aún más con el importante aumento de la acumulación privada y las ganancias empresariales, que tuvieron vía libre en la pandemia, mientras millones de familias trabajadoras sufrían sus consecuencias. El propio BM estima que “unos 100 millones de personas en el mundo cayeron en pobreza” en la pandemia.
Básicamente, el acrecentamiento de la deuda pública ha ido en paralelo al aumento de los niveles de pobreza, desocupación y hambre en todo el mundo, más aún en Latinoamérica, una de las regiones más saqueadas por el capitalismo mundial.
Contexto internacional
Es importante señalar que la deuda pública es asumida por el conjunto de la población trabajadora, ya que los acreedores imponen condiciones en la distribución de los recursos y las políticas de los gobiernos y las empresas. Así, grandes masas de asalariados se ven obligados, con suerte, a trabajar para sostener su propia miseria y los compromisos de la deuda.
Estos organismos y grupos, luego de haber impuesto esta situación, se vuelven a presentar como salvadores. Por ejemplo, a finales de agosto del año pasado, el FMI emitió 457.000 millones de dólares en los Derechos Especiales de Giro (DEG) a nivel mundial, diciendo que con este dinero las economías podrían ganar margen de acción para reactivar la economía luego de la pandemia.
Esto que presentan como ayuda sigue engrosando la dependencia de todos los países del mundo a las finanzas globales. Según un informe del Instituto de Finanzas Internacionales (IIF, por sus siglas en inglés), el monto de la deuda global llegó en 2021 al 353% de la producción económica anual.
Incluso países del “primer mundo” se ven agobiados por la deuda, como por ejemplo EE.UU. que ya supera el 130% de su Producto Bruto Interno (PIB), o Japón con el 266%. Además, según el FMI la deuda del conjunto de las economías “avanzadas” representaría el 125% de su PBI.
Según El País, en 2020, la deuda global llegó a 226 billones de dólares, su aumento anual más grande desde la Segunda Guerra Mundial. “La diferencia está en que después de la guerra la mayoría de esta deuda era de gobierno a gobierno”, y no de gobiernos a instituciones privadas, comenta el diario europeo.
Como mencionamos anteriormente, los actores que han ganado mayor predominancia en el escenario de la deuda y las finanzas globales son los FCI. Estos administran más dinero que muchas de las principales economías e inciden abiertamente en los directorios de las empresas más grandes del mundo. Estos grandes FCI fueron los que durante la pandemia aumentaron sus índices de ganancia y acrecentaron exponencialmente el dinero en su poder.
Situación latinoamericana
En ese contexto, Latinoamérica no escapa de la tendencia. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la deuda bruta de los gobiernos promedia el 78% del producto interno bruto (PIB) regional. Mientras que, el último informe de Monitor Fiscal del FMI, establece que la cifra sería del 82%.
Según los datos del BM, en 2013 la deuda total (contemplando la pública y privada) de los países latinoamericanos era de 1.270.460 millones de dólares, y en 2020 llegó a 1.873.142. Eso significa un aumento de casi el 50%.
En otro informe, el BM comenta que los países latinoamericanos más endeudados en comparación con su INB (cantidad total de dinero que ganan los pueblos y las empresas de una nación) son Panamá (220%), Nicaragua (98%), El Salvador (79%), Argentina (68%) y Ecuador (59%). Este número aumentaría considerablemente si hablamos de PBI.
Luego, otros países no aparecen en el ranking por porcentaje del PBI pero sí por la cantidad absoluta de deuda. En México la deuda neta del Gobierno Federal se estima en 1 billón de dólares a finales del año pasado, siendo el país más endeudado de Latinoamérica durante varias décadas, superado hace unos años por Brasil.
En el caso de Brasil la deuda pública a principios de 2021 llegó al 89,7 % de su PIB. En diciembre de 2020, los mayores tenedores de deuda pública fueron las instituciones financieras y fondos de inversión, con más del 55% del total. Y si a ello se le suman los inversores extranjeros (9,24%) la deuda de los privados representaría alrededor de 65% del total.
El caso de Argentina es vanguardia en el continente. Según la Secretaría de Finanzas, dependiente del Ministerio de Economía de la Nación, la deuda bruta de Argentina era en noviembre de 2019 de 313.299 millones de dólares y en diciembre de 2021 de 363.362 millones. Esto implica una suba de 50.000 millones de dólares en dos años (similar al préstamo del FMI de 57.000 millones).
La situación acrecienta la competencia entre los propios acreedores. Exchange Bondholders, uno de los tres comités de acreedores privados de Argentina más grandes, dijo en un comunicado que “el FMI es prestamista senior y aun así recibe la tasa más alta entre acreedores de Argentina. ¡Indefendible y contraproducente!”.
A pesar de los dichos, la presencia en Latinoamérica de los grandes FCI aumentó holgadamente por sobre los organismos internacionales, oficiales y gubernamentales de crédito. Los acreedores privados (bancos e instituciones financieras, entre las que se encuentran los FCI) crecieron en la región de 353.730 millones de dólares en 2013 a 691.191 millones en 2020. Esto es un aumento de casi el 100%, el doble al promedio de todo el resto de la deuda.
Allí puede verse que en un contexto recesivo para las economías latinoamericanas -crecimiento de los índices de pobreza y desocupación- los FCI aumentaron su presencia en la región, presionando para lograr acuerdos que le signifiquen mayores márgenes de ganancias e intereses.
Por su lado, los organismos oficiales (los llamados también multilaterales -FMI, BID, Banco Mundial-) en 2013 contaban con una deuda de 173.077 millones de dólares, y en 2020 231.830. Esto representó un aumento del 44% que, si bien es un incremento importante, no llegó ni a la mitad del crecimiento que tuvieron los acreedores privados. El monto de estos organismos oficiales no llegan ni al 30% de la deuda total que tienen los acreedores privados, y su diferencia a medida que pasa el tiempo se remarca.
Según el banco JP Morgan, en 2021 Latinoamérica en conjunto emitió US$53.000 millones de deuda pública, convirtiéndose en la región de los mercados emergentes con la mayor emisión de deuda pública.
La deuda y la cruz
La actividad de estos grandes FCI, lejos de responder a las necesidades populares, se sumerge en la anarquía del mercado, en la “libertad” de circulación para la obtención de ganancias. Así, el trabajo de todo el pueblo trabajador es apropiado por un pequeño número de grandes firmas que tienen el control del mercado del dinero y las finanzas globales, manejando a su vez las empresas ligadas a los sectores productivos y las políticas públicas efectuadas por los gobiernos
Los récords absolutos en producción y exportación del agro, en la energía y el petróleo, en la minería y la administración empresarial en general, no se traducen en bienestar para la población. Además, no permiten advertir el crecimiento inevitable del conflicto y la posibilidad de superar esta situación tan acuciante de los pueblos latinoamericanos.
Desde la primera conquista del Imperio Español, la espada y la cruz se transformaron. Ahora, los Fondos Comunes de Inversión (FCI) son el Cristóbal Colón desembarcando con una deuda odiosa obligando a los pueblos a sufrir del trabajo más duro y la miseria más profunda para “honrar los compromisos”. La deuda es el cuello de botella por el cuál se canaliza la expropiación del trabajo de millones de trabajadores a lo largo y ancho del continente.