La salida del ministro Guzmán aparece como un indicador de una etapa concluida en el marco de un plan económico en proceso, que debe comprenderse más allá de la riña interna que atraviesa la alianza en el gobierno.
En efecto, no es casual que sus últimos días al frente de la cartera económica estuvieran dedicados a reuniones con los bancos privados y los fondos comunes de inversión, con el fin de promover a los capitales garantías que persistan en el tiempo más allá del funcionario de turno.
El compromiso del gobierno con la renovación y el pago de intereses provenientes de los vencimientos de deuda en pesos representan las prioridades que subordinan las necesidades de los trabajadores en favor de una estafa financiera que se profundiza.
Como prueba de ello, la aprobación de la primera misión del FMI incluye el próximo paso para el cumplimiento de sus metas económicas: la ampliación del ajuste del “gasto social”.
La deuda, la pandemia y la guerra se presentan como justificación de las medidas para exprimir a un pueblo sometido diariamente por la inflación y la devaluación de sus ingresos.
El argumento que presentan los directores de esta dramática situación apunta a que los salarios son el factor de presión de la escalada de los precios, la que a su vez es señalada como el motivo de “alimentar aún más el descontento social”. Cabría preguntarse entonces, ¿qué fue primero, la inflación o el ajuste?
El camino de salida a esta encrucijada tiene su referencia en la lucha de aquellos trabajadores que dan cuenta de sus condiciones de vida como el piso de dignidad del que debe partir el pueblo.
En este marco, emergen cada vez con mayor contundencia las medidas de protesta y movilización a través de programas de reivindicaciones comunes y utilizando un método de lucha histórico de los trabajadores: la huelga general.
Es así como en las luchas de los sindicatos, movimientos sociales y centros de estudiantes, en su confluencia y escala, se anida la posibilidad de torcer el destino errante al que nos conducen las disputas entre el posibilismo progresista y el liberalismo recalcitrante.