“Hermanados en un mismo grito y en la misma fe, iban el peón de campo de Cañuelas y el tornero de precisión, el fundidor, el mecánico de automóviles, la hilandera y el peón. Era el subsuelo de la patria sublevado”, Raúl Scalabrini Ortiz.
Corría el año 1945 en el que el contexto internacional ya vislumbraba la caída del Reich alemán en la Segunda Guerra Mundial y, a su vez, por consecuencia, un cambio en las condiciones sociales y políticas de lo que significaba la “paz”.
En nuestro país para entonces, y por primera vez en la historia, en 1943 el valor de la producción industrial, con un 46,7% del total de la renta nacional, supera a la producción agropecuaria y ganadera, con un 21,8% y 22%, respectivamente.
Entre 1942 y 1946 se habían generado 25.000 establecimientos industriales en una transformación de la estructura económica que llevó a grandes masas de trabajadores rurales desperdigados en las distintas regiones del país a concentrarse en los cinturones industriales de las grandes ciudades.
Bajo este panorama, el gobierno de facto del Grupo de Oficiales Unidos (GOU), surgido de la revolución del 4 de junio de 1943, adoptó la estrategia de impulsar la construcción de relaciones “más humanas” entre el capital y el trabajo, lo que significó la institucionalización del movimiento sindical con la creación de tribunales de trabajo, la extensión del régimen jubilatorio y el decreto de asociaciones profesionales.
Juan Domingo Perón, entonces erigido como vicepresidente, ministro de Guerra y Secretario de Trabajo y Previsión Social, se constituye como la figura protagónica del gobierno en el marco de estas reformas.
Con el reconocimiento de derechos y el notable mejoramiento en las condiciones de vida, comenzó a anidar en la clase trabajadora la afirmación de una conciencia colectiva que podía confrontar a los patrones. Esta fuerza se cristalizó cuantitativamente en los sindicatos: los 80.000 trabajadores sindicalizados en 1943 se elevaron a alrededor de 500.000 para 1945.
De entelequia a realidad
En el mes de marzo, el gobierno del GOU cedía ante la presión del Departamento de Estado de Estados Unidos al declarar el estado de guerra de la Argentina contra Alemania y Japón a través de su adhesión al Acta de Chapultepec, poniendo fin a cinco años de haber mantenido una posición neutral en el conflicto bélico.
Esta decisión dinamitó las contradicciones de las fuerzas armadas en el poder a la vez que despertó una escalada de sectores burgueses contra el régimen, concentrada alrededor de la embajada estadounidense dirigida por Spruille Braden, motivada por darle fin al totalitarismo y rienda suelta a los intereses de las empresas norteamericanas en el país.
Dichas condiciones fueron disponiendo el anuncio del gobierno a iniciar los preparativos para un retorno a una normalidad constitucional a través de elecciones. El anuncio precipitó las tensiones que desembocaron en la Marcha de la Constitución y la Libertad, el 19 de septiembre, convocada al canto de “¡Votos si, botas no!” y promovida, entre otros, por la Sociedad Rural, la Bolsa de Comercio y la Asamblea Permanente del Comercio, la Producción y la Industria.
La masiva movilización desencadenó una sucesión de asonadas militares que se concretaron el 9 de octubre cuando las fuerzas militares de Campo de Mayo, al mando del general Eduardo J. Ávalos, exigieron la renuncia y detención de Perón.
A la vacilación de la conducción de la CGT se revelaron trabajadores de las zonas industriales de Berisso y los suburbios del sur de Buenos Aires, que se movilizaron durante los días 15 y 16 en clamor por la libertad de Perón. También se registraron manifestaciones en Córdoba y en los ingenios azucareros de Tucumán.
En este contexto, la CGT convocó a la huelga para el día 18 en una elección dividida en defensa de las conquistas laborales amenazadas y en rechazo a la posible inclusión de la oligarquía en el gabinete, sin explicitar su apoyo a Perón.
Sin embargo, la gesta ya no podía contenerse, y lo que se insinuaba como un leve rumor comenzó a agigantarse, cuando los obreros de las fábricas empezaron a amucharse en los lugares de trabajo en las primeras horas del dia 17, para detenerse en los ingresos y enfilar hacia las avenidas conformadas en nutridas columnas.
Las numerosas manifestaciones, movilizadas a pie, en tranvía, colectivos, camiones y hasta en precarias barcazas se fueron aglutinando en grandes masas con dirección a Plaza de Mayo. Era el pueblo, que abandonó su lugar de entelequia para ser expresión de fuerza, y en su propia voz, torcer el rumbo de la historia.