El debate de la inteligencia artificial vuelve a situar una vez más a los trabajadores en la contradicción entre la tecnología y el trabajo.
A finales de 2022, Open AI presentó ChatGPT, un desarrollo de software de chat basado en el modelo de lenguaje por inteligencia artificial. Es un chat que está entrenado con grandes cantidades de datos de texto para mantener conversaciones y realizar tareas relacionadas con el lenguaje, desde la traducción hasta la generación de texto, entre muchas potenciales funciones.
OpenAI surgió en 2015 como una organización de investigación en inteligencia artificial sin fines de lucro, con sede en San Francisco, California, devenida más tarde en empresa tecnológica. La organización fue financiada inicialmente por un grupo de empresarios del sector, entre los que se destacan Sam Altman (actual CEO de OpenAI), Greg Brockman, Elon Musk (SpaceX y Tesla), Peter Thiel (Paypal) y empresas tecnológicas como Amazon Web Services, Infosys y YC Research, entre otros.
Su lanzamiento generó un interés a nivel mundial y puso en boga el debate por las implicaciones del desarrollo tecnológico. En marzo, un grupo de más de 1300 especialistas y empresarios tecnológicos a nivel global pidieron una pausa en el entrenamiento de los sistemas de Inteligencia Artificial incluyendo Chat GPT, a través de una carta abierta del Future of Life Institute.
La misiva alegaba que estas herramientas presentaban “riesgos profundos” para la humanidad, y señalaba que las empresas están “encerradas en una carrera descontrolada para desarrollar e implementar mentes digitales cada vez más poderosas que nadie –ni siquiera sus creadores — pueden comprender, predecir o controlar”. “¿Deberíamos desarrollar mentes no humanas que eventualmente podrían superarnos en número, ser más inteligentes, dejarnos obsoletos y reemplazarnos?”, se preguntaba en la carta.
El documento fue firmado, entre otros, por Steve Wozniak (Cofundador de Apple) y el mismo Elon Musk, desvinculado de OpenAI desde 2018. Sin embargo, en julio Musk se sumó a la competencia con el anuncio del lanzamiento de su propio proyecto de IA, llamado xAI.
Por otro lado, Blackrock, el fondo de gestión de activos más grande del mundo, en su informe de mitad de año ha calificado a la inteligencia artificial como una “megafuerza” y ha identificado a los fabricantes de semiconductores, empresas con grandes conjuntos de datos y aquellas con alto potencial de automatización, como las más beneficiadas por esta tendencia.
Larry Fink, su consejero delegado, hizo hincapié en el compromiso de BlackRock de adoptar la inteligencia artificial, sugiriendo que, frente al descenso de la productividad que contribuye al fenómeno inflacionario, la inteligencia artificial podría tener “algunos resultados muy grandes para la inversión a largo plazo” y combatir el aumento de precios.
Las preocupaciones en torno a la regulación tecnológica reunieron el mes pasado a los principales referentes de la industria tecnológica: Musk, Altman, Mark Zuckerberg, de Meta; Sundar Pichai, de Alphabet (la matriz de Google); y Bill Gates, fundador de Microsoft; en el Capitolio en Washington para debatir enfoques de normativas para Estados Unidos.
¿Y la inteligencia humana?
La inteligencia artificial se presenta como una herramienta para automatizar tareas a partir de un sistema que puede analizar información, tomar decisiones basadas en algoritmos y aprender de la información que recibe. Suele ser definida como la capacidad tecnológica para realizar funciones cognitivas que asociamos con las mentes humanas, como percibir, razonar, aprender, interactuar con el entorno.
Con el lanzamiento de ChatGPT, este desarrollo reavivó el debate sobre la forma en que la tecnología altera el desarrollo del trabajo, como así también las condiciones en las que se trabaja, las habilidades que se necesitan y las que ya no.
El Foro Económico Mundial sugiere que en los próximos cinco años, a nivel mundial, se crearán 69 millones de puestos de trabajo y se destruirán 83 millones, lo que significa una contracción de 14 millones de puestos de trabajo.
En la Revolución Industrial, el desarrollo del telar mecánico tuvo un impacto directo en la vida de las clases trabajadoras, impulsando la protesta y la organización para reclamar mejores condiciones laborales. Surgió así el Ludismo, un movimiento de protesta de los artesanos británicos del siglo XIX (1811 a 1816) que rechazaban el uso de las maquinarias que amenazaban con sus puestos de trabajo.
Este movimiento recibe su nombre por Ned Ludd, a quien se le atribuye la destrucción de dos telares en 1779. Este gesto lo elevó como ejemplo pionero del movimiento hasta el punto de mitificar al personaje, que llegó a reconocerse incluso como general Ludd o Rey Ludd. En su nombre se firmaban cartas de amenazas enviadas a las autoridades y los patronos de fábricas industriales.
Fuera de las suposiciones, lo que sí es una certeza es que el mundo laboral se está transformando a un ritmo sin precedentes a nivel mundial. Estas transformaciones ya estaban cambiando antes de la crisis sanitaria del COVID-19, y la pandemia sirvió para acelerar el proceso en curso.Desde el trabajo concentrado en las grandes fábricas industriales durante mediados del siglo XX se fue abriendo lugar a nuevas formas de ocupación desregularizadas, reduciendo significativamente el empleo formal y aumentando el trabajo desregulado en sectores de servicios. De esta manera se expanden modalidades informales o flexibles de contratación, en otras palabras precarias, como la tercerización, la subcontratación y el trabajo por medio tiempo.
Un ejemplo que ilustra esta tendencia en la actualidad se da con la llamada “uberización” del trabajo, en donde aplicaciones telefónicas como Uber, Pedidos Ya o Rappi (entre muchas otras) invisibilizan la relación de poder entre los dueños del desarrollo de estos negocios y los trabajadores “independientes” que, al carecer de otras opciones, se someten a estos trabajos precarios de servicios de transporte, asumiendo los costos, con salarios de miseria y al margen de cualquier ley laboral.
Según la última edición del informe del Observatorio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), el déficit mundial de empleos en 2023 se sitúa en 453 millones de personas (o el 11,7%). A su vez, ya en 2018 alrededor de 2.000 millones de trabajadores, o 60% del total de la población empleada de 15 años de edad o más, trabaja en el sector informal.
Frente a esta situación, surgen alrededor del mundo propuestas con el objetivo de conciliar el conflicto entre la tecnología y el empleo para apropiarse de los beneficios de la producción del trabajo. De esta forma han ganado fuerza como posibles soluciones proyectos como la renta básica universal y la reducción de la jornada de trabajo.
Sin embargo, dichas propuestas carecen de la fuerza ante estados cuyos recursos fiscales están comprometidos mayoritariamente con las deudas con organismos externos y privados, contraídas para paliar precariamente la situación de, por ejemplo, algunas de las miles de familias afectadas por estas transformaciones, o en el peor de los casos, para seguir subsidiando a las empresas responsables que impulsan estos cambios, agravando aún más el panorama.
De esta manera, en nuestro país la agenda que le otorga el sentido predominante a la tan mentada reforma laboral se da a partir de la demanda de los sectores empresarios, que plantean la consiga de profundizar la quita de derechos (los pocos que quedan), aduciendo un exceso de protección a los trabajadores formales, afectando a la generación de empleo.
Por tanto, la inteligencia artificial, como cualquier otro de los avances que se han generado a partir del esfuerzo y el trabajo en sociedad, puede convertirse en un arma o en una herramienta, pero solo en función de los intereses que la conduzcan.