Aunque el enfrentamiento quede solapado por la espectacularidad mediática de la política, la dimensión principal de la contienda se desarrolla como guerra entre potencias financieras globales que, sin posibilidad de tregua, acrecientan cada vez más los niveles de conflicto para imponerse unos a otros las condiciones de dominación del nuevo periodo en gestación.
En la situación mundial se visualiza el enfrentamiento bélico y la movilización de tropas, como vemos permanentemente en Medio Oriente, Asia y Latinoamérica, cumpliendo un doble objetivo: por un lado, imponer las condiciones a sus adversarios para sostener la hegemonía del dólar y con ello todo el entramado financiero mundial; y, por otro, prepararse para contener las rebeliones populares que se producen cada vez con mayor frecuencia en estos territorios.
Los mecanismos son operativizados a través de medidas gubernamentales, como la imposición de aranceles (como los de EEUU y la UE con los autos eléctricos) o el lanzamiento de leyes que enmarcan la actividad de estos grupos (como la Ley Bases).
La presencia territorial de los ejércitos también fortalecen las posiciones de los grupos que asientan su dominación en la extracción de los recursos de los países productores de materias primas, como en el caso del litio en Chile, Bolivia y Argentina. Este mineral es fundamental para la construcción de semiconductores, procesadores y en la industria informática mundial donde se asientan los sistemas financieros y las transacciones comerciales globales.
En dicho escenario unos luchan por resistir, otros por imponerse. En esa brecha histórica es donde los trabajadores tenemos la posibilidad de forjar un proyecto propio que logre imponer las condiciones de vida del pueblo por sobre la expansión voraz del capital.