El colonialismo muta en varias formas y dimensiones, se encuentra cimentado, nuestros espacios de trabajo, nuestros barrios, nuestras casas. Pero una cuestion sumamente importante es que se encuentra tambien en nuestra cabeza. Que tamaña dominación es la que se expresa como el mal menor y se nos aparece en nuestro imaginario como la única salida.
El colonialismo se nos suele acotar a cuestión de países, de naciones-estado, ejerciendo su dominación unos sobre otros. Pero hoy se nos presenta con la cara de organizaciones financieras, extranjeras y especuladoras. Del oro y la plata, al trigo y la carne, al petróleo, las tierras, y todo en cuanto producimos, que entregamos voluntariamente bajo el cumplimiento de un contrato social, denominado compromiso de pago, interés, crédito, a fin de cuenta, deuda.
¿Quienes lo ejercen? Los de siempre, los que viven de los que trabajan, los que deciden el destino de lo que producimos, prescindiendo incluso de la satisfacción de nuestras necesidades más básicas para ello, aspectos que se nos presentan en porcentajes de desempleo, de indigencia, pobreza, etc.
Ahora, ante la certeza amenaza de una crisis sin antecedentes en la historia, de dimensiones que trasvasan lo que reflejan las cotizaciones de las monedas, las estadísticas sociales o los cálculos de PBI, llegando al punto en que se juega la vida misma, allí emerge el colonialismo con su implacable poder: por un lado institucionalizando el cumplimiento del pago de deudas ilegítimas; y por otro, subordinado la agenda productiva, y las necesidades de un pueblo, a la generación de divisas para el pago de los mencionados compromisos.
Cuenta la leyenda griega que Gorgias, un labrador erigido rey de Frigia, ofreció al templo de Zeus su carro, atando la lanza y el yugo con un nudo, tan complicado que nadie lo podía soltar, y que el que lo consiguiese conquistaría toda Asia. Tras cinco siglos sin que nadie pueda desatarlo, Alejandro Magno, en camino al conquistar el Imperio persa, al llegar a Frigia resolvió el problema cortándolo con su espada. Tanto da cortarlo como desatarlo.
Este nudo gordiano en el que estamos metidos, el que ata nuestras cadenas desde 1810, estuvo y estará en todas sus formas hasta que no sepamos que ese nudo de la deuda, del interés, las divisas, los ajustes, la explotación, el hambre, el despojo, no podrá desatarse de otra forma que no sea con la fuerza necesaria para cortarlo.