Las situación viene demostrando cabalmente en cada rincón del planeta cómo se carga sobre las espaldas de la población trabajadora, no ya las supuestas consecuencias de la crisis, sino la crisis misma. La gigantesca producción de soja en el país -récord histórico- expropiada por un pequeño grupo de firmas; las ganancias también récord de los fondos de inversión; y el crecimiento extraordinario de las riquezas de los grandes capitalistas “nacionales”, son expresión, entre muchas otras, del ataque frontal en el que se emprendieron los enemigos del pueblo.
En ese escenario, los sectores del trabajo se encuentran acorralados intentando mejorar las pésimas condiciones de vida a la que se ven sometidos, retomando la iniciativa desde abajo para reclamar por el hambre, la desocupación, la salud, etc. Realidad de por más conocida y de la cual nadie puede pasar por alto. Por nombrar un ejemplo, el salario docente hace 12 años viene sufriendo pérdidas en su poder adquisitivo y aún hoy pelea por no ir más por debajo del índice de pobreza.
Como vemos, la crisis parece representar, en realidad, que los bolsillos de quienes producen la riqueza estén vacíos, con hambre y sin un techo en el cual vivir, mientras que los grupos económicos en complicidad con todo su entramado productivo en los territorios se beneficie de estos para su bienestar privado.
En paralelo, nos invitan de debatir si el contagio del virus se produce en los colegios o en horarios nocturnos de circulación, mientras que nuestro organismo se somete a la carencia de los nutrientes que nos brindan los alimentos de la canasta básica alimentaria, hoy ya inaccesible para el bolsillo del trabajador.
Mientras se sigan concentrando las riquezas para unos pocos, las migajas van a ser cada vez más chicas para quienes la producimos. La situación está mostrando que no se puede seguir viviendo en estas condiciones y dependerá de nosotros/as mismos/as dejar de mendigar negociando aquello que nos pertenece.