El 16 de junio de 1955 parte de las fuerzas armadas intentaron tomar el poder, objetivo que sería logrado luego de tres meses con la autodenominada “Revolución Libertadora”. Así se inauguró un nuevo periodo en la historia argentina: la guerra civil.
A principios de la década del 50´ las contradicciones hacia el interior de la alianza entre la clase obrera y la burguesía nacional comienza a resquebrajarse, emergiendo una nueva situación de enfrentamientos y luchas.
Punto de partida
A mediados del siglo XX, las políticas proteccionistas keynesianas promovidas posterior a la Segunda Guerra Mundial ponían trabas a la acumulación del capital de forma ampliada. Así, mediante los instrumentos creados por el acuerdo de Bretton Woods, el capital financiero internacional comenzó a dar impulso a políticas liberales buscando aumentar su influencia a través de inversiones a escala internacional.
Se produjeron profundas transformaciones hacia el interior de los estados nacionales y la base económica que los sustentaba. Las alianzas comenzaron a resquebrajarse permitiendo la emergencia de un nuevo periodo de revoluciones e insurrecciones populares en todo el mundo.
En 1951 se produjo un primer intento de golpe de Estado por parte de algunos miembros del ejército con apoyo de sectores civiles. A partir de entonces los métodos terroristas utilizados para implosionar la alianza del pacto social se volvieron moneda frecuente, al igual que las sublevaciones de distintos elementos del ejército, principalmente de la Marina.
Sin embargo, dichos movimientos no podrían entenderse sin contemplar las profundas transformaciones de la estructura económica y política, la lucha entre las clases y sus respectivos programas de alianzas. Lo que estaba en discusión era el poder, por un lado, para la continuidad de las transformaciones de reforma obrera comandada principalmente por los sindicatos, por otro, para llevar a cabo la acumulación ampliada de la gran burguesía nacional arrastrando consigo una mayor explotación del trabajo y retroceso de las políticas sociales dirigidas en favor de los trabajadores.
El Congreso de la Productividad
Al interior de la alianza gobernante el sector empresarial comienza a ganar la pulseada aliándose a capitales extranjeros y formando nuevas estructuras políticas que permitieron llevar a cabo las transformaciones que consideraban necesarias.
Así es como en 1952 se disuelve la Unión Industrial Argentina (UIA) abriendo paso a la conformación de la Confederación General Empresaria (CGE), quien fuera su máximo referente José B. Gelbard.
El marco legislativo no alcanzaba para resolver la contradicciones intestinas del sistema productivo. En 1952 Perón promueve un plan económico para fomentar la austeridad de consumo y el aumento de la productividad de los trabajadores. Al año siguiente aprueba el segundo plan quinquenal y se promulga la Ley de Radicación de capitales que permitía la inversión extranjera en la economía nacional.
Como parte de los intentos por sostener la alianza se realizaron durante esos años varias reuniones y congresos entre sindicatos, empresarios y el gobierno. El eje central giraba en que para la burguesía nacional el trabajador debía aumentar su productividad y reducir el “costo” que significaba para la producción, y para la clase obrera no retroceder en ninguna de las conquistas resueltas a partir del 17 de octubre de la década anterior.
La agudización de las contradicciones era tal que el propio Perón dijo en un discurso el 1 de octubre del 54 que “ ya no es posible que se beneficie un determinado sector de la actividad económica mediante el aumento de su participación en la distribución de la renta nacional en detrimento del resto”.
Dicho escenario desembocó en el Congreso Nacional de la Productividad llevado a cabo durante diez días para discutir sobre los lineamientos generales del funcionamiento de la economía del país y superar la crisis en la que se sumergía la alianza de gobierno. Eduardo Vuletich, secretario general de la CGT, dijo en dicho encuentro: “No estamos dispuestos a ceder ninguna de las conquistas logradas (…) nosotros estamos dispuestos a defenderla con decisión” ya que “forman parte integral de la revolución peronista y por ende no son negociables”.
En paralelo la clase obrera nunca dejó de estar organizada en comités de fábrica, con sus respectivos delegados y representantes, además de la creciente ejecución de medidas de protesta por mejoras salariales y de condiciones de trabajo que llegando a 1955 se hacían cada vez más frecuentes.
Por otro lado, unos días previos al bombardeo, desde la cúpula eclesiástica se convoca a la fiesta del Corpu Cristi el 12 de junio. Esta se convirtió en una masiva movilización de sectores civiles y partidos políticos que pedían por la renuncia de Perón en el gobierno.
El bombardeo
Los planes conspirativos en las cúpulas del ejército venían desarrollándose de manera intermitente previo a las elecciones de 1952. A través de distintos archivos de inteligencia y declaraciones de la época puede reconstruirse una seguidilla de intentos para derrocar y asesinar a Perón que terminaron frustrados por diferentes motivos.
Esta vez, las consecuencias del intento por derrocar el gobierno peronista serían catastróficas para la población. El plan consistía en interceptar en una reunión que Perón mantendría con su gabinete a las 10 am con bombas, y en caso de no ser asesinado, el jefe del Estado Mayor del Comando de Infantería de Marina, Toranzo Calderón, llamaría al Presidente amenazándolo para evitar un derramamiento de sangre si no se rendía.
El 16 de junio, el gobierno convocó un desfile aéreo en Plaza de Mayo en defensa de la Bandera Nacional, convirtiéndose en el momento oportuno para llevar a cabo el ataque a la Casa de Gobierno por parte de los militares golpistas. Los aviones que sobrevolaban Plaza de Mayo arrojaron toneladas de explosivos sobre la población civil bajo la insignia “Cristo vence” dejando un saldo de 350 personas asesinadas y miles de heridos.
Los alrededores de la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT), en Azopardo e Independencia, también fueron ametrallados por soldados de la Marina.
El objetivo de la sublevación militar no fue cometido inmediatamente. En el mes de agosto Perón ofreció su renuncia la cual fue rechazada por la CGT anunciando un paro general y realizando al día siguiente una masiva movilización a la Casa de Gobierno. Allí, el presidente anuncia la creación de milicias armadas diciendo: “a la violencia hemos de responder con una violencia mayor (…) y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de ellos”. De esta manera se abre un nuevo periodo de la historia argentina: la guerra civil.
El gobierno reaccionó a la sublevación con el Plan CONINTES, que implicaba la movilización de todas las unidades del Ejército y la Fuerza Aérea leales a la Constitución. En la provincia de Córdoba se libraron feroces ataques durante 4 días dejando un saldo superior al centenar de víctimas fatales, contando civiles y militares. Por otro lado, en la ciudad de Rosario se llevó a cabo una insurrección popular donde la clase obrera junto a sectores populares resistieron los embates del ejercito librando una verdadera guerra civil directa.
La revolución fusiladora y la resistencia peronista
El 16 de septiembre se consumó el acto del golpe de Estado por parte de la gran burguesía nacional aliada a sectores militares, de la Iglesia, y partidos políticos del radicalismo y la izquierda.
El historiador “Noni” Cerutti comenta que “el golpe del 55, fue contra la conducción política y gremial del peronismo, pero fundamentalmente para atacar las conquistas laborales de la clase obrera”.
Al respecto, las indicaciones de Perón apuntaron a que “es necesario pensar que estamos en guerra y es necesario proceder como en la guerra”. Según el Archivo del Comando 17 de Octubre el plan de la resistencia peronista consistía en la organización de “las fuerzas para la huelga general revolucionaria y, para asegurar toda la acción, utilizar una herramienta más: la guerra de guerrillas”. Para el documento se volvía necesario no pensar en revoluciones militares que cambiaran una dictadura por otra, sino que “sólo la insurrección nacional es el hecho histórico”.
Así se crearían dos instrumentos cruciales de la época: las 62 Organizaciones Peronistas, como brazo político-sindical, y el Ejército de Liberación Nacional que se proponía la creación de guerrillas conocidas popularmente como Uturuncos, como brazo armado, quedando constituidas las bases de un enfrentamiento que va a concluir parcialmente en 1983 con el triunfo de la democracia.