A pesar de las diferencias y demarcaciones ideológicas sobre las que se montan las estructuras partidarias, la forma en la que orientan los recursos desde el Estado deja entrever que en lo estructural la relación económica permanece inalterada.
Algunos indicadores que demuestran esta continuidad quedan expresados en la definición del presupuesto del Estado a favor del pago de intereses y servicios de la deuda. Mientras que lo destinado a educación, jubilaciones, salud y trabajo permanece en el descuido.
Pero ello no ocurre como una desatención, sino que se constituye como la política que impone el capital global en este territorio. Al discurso de “combatir la casta” se le contrapone la realidad de mayores ingresos para el control del Estado y así asegurarles a los Fondos de Inversión (principales tenedores de deuda pública) que sus intereses serán pagados.
Por si fuera poco, bajo los argumentos de cuidarnos, nos proponen convertirnos en nuestros propios verdugos. Este hecho se cristaliza en el aumento de recursos para políticas de “seguridad” que terminan por ser los garantes del orden: si no pueden con el consenso será con la fuerza.
Estos elementos no son condición suficiente para que los trabajadores desaten el nudo que los mantiene atados al viento de la política, que a veces tira más hacia la izquierda, y otras más hacia la derecha. Quizás ese tironeo es el que justamente mantiene la fortaleza del nudo.
En este escenario dónde somos convocados a participar cuando las reglas del partido ya fueron determinadas, la pelea por los recursos de la vida misma se torna un componente central para revertirlo. Romper la relación estructural es la única condición para recomponer el destino a nuestro favor.