La pulseada por conquistar los territorios en la disputa actual se profundiza aunque, en apariencia, aparece pacificada por “acuerdos” y diplomacia.
De hecho, la semana pasada China y EE.UU., firmaron un acuerdo comercial de baja de aranceles. Además, Trump obtuvo acuerdos en el Golfo Pérsico priorizando la inversión en mercados dónde habían perdido poder, como en los sectores tecnológicos y de la industria armamentística.
En paralelo, los chinos despliegan su política alcanzando múltiples acuerdos comerciales en la región latinoamericana bajo el pretexto de la alianza “Sur-Sur”. Mientras tanto refuerzan su presencia imperial haciéndose de alimentos, energías y minerales en el territorio. Además trazando conexiones que agilizan el saqueo hacia la Ruta de la Seda.
Lo que acontece en el territorio nacional es producto de ese enfrentamiento a nivel global. Ante ello, el mejor negocio que han encontrado los grupos de poder fue hacerse del Estado, aún cuando proclamaban que iban a “destruirlo”. Objetivamente ataron a este a un mercado global de la deuda por el cual elevaron exponencialmente el crédito.
Como condicionantes achican el costo laboral, mantienen pisado el salario no homologando acuerdos, y la más reciente y cabal expresión de la subordinación global es la habilitación que dieron a fondos de inversión a participar de los fondos de cese laboral.
Con ello, termina canalizando el dinero de millones de trabajadores, convirtiéndolos en capital en los circuitos financieros de la deuda definiendo la suerte de los trabajadores que están lejos de mejorar. Ante esta situación, el planteo no puede esquivar al asunto estructural de esta guerra que no se resolverá tomando partida por uno u otro bando.