Mientras la guerra avanza a ritmo vertiginoso los distintos grupos que pujan por imponerse generan acuerdos para garantizar la acumulación de riquezas a escala planetaria.
Esta nueva fase de expansión global del capitalismo exige nuevos consensos que acompañen las transformaciones y sienten las nuevas bases del orden social dominante.
Las formas de administración y gestión del Estado también se ven alteradas a medida que las alianzas se modifican. En esa línea, podemos ver cómo las reconfiguraciones entre las clases dominantes dieron lugar a una nueva figura del Estado con un “rostro humanitario”.
Esta buena voluntad y humanismo dirigida a las mayorías no es más que una forma de enfrentar los problemas y contradicciones que genera la propia acumulación capitalista.
Del viejo consenso de Washington, atado al patrón neoliberal de dominación, ingresamos a una nueva pauta en las reglas de juego. Las nuevas bases del Consenso de Cornwall sientan las ideas rectoras de un Estado con mayor presencia en las reglas de la economía promoviendo políticas de inclusión social que solo busca repartir migajas para salvar al capital.
Tal como vimos, los grandes salvatajes que se evidenciaron con la pandemia mundial, el reparto de los recursos para los sectores concentrados y la inyección de liquidez que llegó a las familias trabajadoras como “ayuda social”, encubrieron las inmensas masas de dinero emitidas como bolas gigantes de deuda.
Aún cambiando su rostro, la base que sustenta la reproducción de uno u otro capital, terminan siendo los recursos naturales y la expropiación de la fuerza del trabajo. Por ello, también se han estrechado los márgenes a través de los cuales pueden continuar su reproducción.
Con estas condiciones, es la vida misma la que se ha puesto en peligro. Ante ello, la lucha de la clase trabajadora es decisoria para orientar este escenario hacia otro rumbo. Sólo a condición de esa fuerza será posible cortar la cadena que nos ata cada cierto tiempo a un nuevo reparto mundial de los dominantes.